DeletedUser6
¡Buenos días!
Os dejamos las historias de La aventura de mi pelotón para que podáis efectuar vuestro voto y elegir al 2º clasificado. Recordar que la votación es hasta el miércoles 27 de abril. Y que NO se permite revelar los autores.
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Os dejamos las historias de La aventura de mi pelotón para que podáis efectuar vuestro voto y elegir al 2º clasificado. Recordar que la votación es hasta el miércoles 27 de abril. Y que NO se permite revelar los autores.
Tres días ya y no atisbábamos la salida.
La negritud de la noche y los ruidos desconocidos nos mantenían alerta, miles de ojos nos acechaban pero nada ocurría, pareciera que esperaban nuestro desfallecimiento.
Lentamente avanzábamos por la ciénaga y nuestros golems se hundían en las aguas malolientes a cada paso y nuestras hechiceras preparaban pócimas para aliviar el desanimo de nuestras unidades de arqueros y espadachines, pero el desanimo podía mas que sus hechizos.
El pesimismo se estaba apoderando de nosotros y cuando estábamos a punto de desfallecer, a lo lejos, vimos acercarse a nuestros ojeadores.
Un rumor de voces acallaron los ruidos de la ciénaga
¿Traerán buenas noticias?
¿Saldremos por fin de esta pesadilla?
Nuestros ojeadores vanzaban raudos y a medida que se acercaban exhaustos, vimos reflejados en sus rostros una mezcla de excitación y miedo.
- ¡Señor, señor!, encontramos el camino hacia la morada del Gran Gudiun, mas antes deberemos enfrentarnos a miles de criaturas, algunas de ellas desconocidas para nosotros, que acampan en las inmediaciones del castillo.
-¿Criaturas desconocidas?, explicaros!!
Conminó nuestro Señor, sorprendido.
- Si, mi Señor, un gran ejercito rodea el castillo y unas criaturas aladas planean por doquier, pareciera que nos están esperando.
Nuestro Señor, después de meditar unos segundos, se giró hacia nosotros, su imagen se elevo sobre nuestras cabezas y su voz clara y segura se escuchó mas allá de la ciénaga y sus criaturas nocturnas.
-Mis fieles guerreros, tenemos una misión sublime, salvar del asedio al Gran Gudiun y a su hija la doncella Gudiona pero antes deberemos librar una gran batalla, el enemigo sabrá de que pasta estamos hechos, sabrá de nuestra garra, sabrá que no nos rendimos y comprobaran, finalmente, que nada ni nadie nos detendrá.
- Mis fieles guerreros, ¡¡ Marchemos hacia la Victoria!!, ¡¡Sangre, honor y muerte!!
Miles de gritos surgieron de nuestras gargantas, nuestros cinco sentidos se activaron, dejamos atrás nuestra desesperación y nos pusimos en marcha convencidos de nuestra victoria, muchos de nosotros podíamos morir, mas allí estaban nuestras hechiceras, sus artes nos revivirían una y otra vez.
El Gran Gudiun y su bella hija serian liberados de la garras del mal, ni criaturas aladas, ni grandes ejércitos podrían detenernos.
La negritud de la noche y los ruidos desconocidos nos mantenían alerta, miles de ojos nos acechaban pero nada ocurría, pareciera que esperaban nuestro desfallecimiento.
Lentamente avanzábamos por la ciénaga y nuestros golems se hundían en las aguas malolientes a cada paso y nuestras hechiceras preparaban pócimas para aliviar el desanimo de nuestras unidades de arqueros y espadachines, pero el desanimo podía mas que sus hechizos.
El pesimismo se estaba apoderando de nosotros y cuando estábamos a punto de desfallecer, a lo lejos, vimos acercarse a nuestros ojeadores.
Un rumor de voces acallaron los ruidos de la ciénaga
¿Traerán buenas noticias?
¿Saldremos por fin de esta pesadilla?
Nuestros ojeadores vanzaban raudos y a medida que se acercaban exhaustos, vimos reflejados en sus rostros una mezcla de excitación y miedo.
- ¡Señor, señor!, encontramos el camino hacia la morada del Gran Gudiun, mas antes deberemos enfrentarnos a miles de criaturas, algunas de ellas desconocidas para nosotros, que acampan en las inmediaciones del castillo.
-¿Criaturas desconocidas?, explicaros!!
Conminó nuestro Señor, sorprendido.
- Si, mi Señor, un gran ejercito rodea el castillo y unas criaturas aladas planean por doquier, pareciera que nos están esperando.
Nuestro Señor, después de meditar unos segundos, se giró hacia nosotros, su imagen se elevo sobre nuestras cabezas y su voz clara y segura se escuchó mas allá de la ciénaga y sus criaturas nocturnas.
-Mis fieles guerreros, tenemos una misión sublime, salvar del asedio al Gran Gudiun y a su hija la doncella Gudiona pero antes deberemos librar una gran batalla, el enemigo sabrá de que pasta estamos hechos, sabrá de nuestra garra, sabrá que no nos rendimos y comprobaran, finalmente, que nada ni nadie nos detendrá.
- Mis fieles guerreros, ¡¡ Marchemos hacia la Victoria!!, ¡¡Sangre, honor y muerte!!
Miles de gritos surgieron de nuestras gargantas, nuestros cinco sentidos se activaron, dejamos atrás nuestra desesperación y nos pusimos en marcha convencidos de nuestra victoria, muchos de nosotros podíamos morir, mas allí estaban nuestras hechiceras, sus artes nos revivirían una y otra vez.
El Gran Gudiun y su bella hija serian liberados de la garras del mal, ni criaturas aladas, ni grandes ejércitos podrían detenernos.
Antaño, los habitantes del páramo de ELVENAR convivían en harmonía. El afán de los pueblos por expandir su territorio y conquistar todas las provincias a su paso para apoderarse de tesoros y reliquias, desató una batalla campal entre Elfos y Humanos. Negociar no era una opción para ninguno de los bandos.
Nuestros espadachines no habían sido entrenados en el cuartel para luchar contra Cancerberos o Paladines.
Mientras su energía mística mermaba nuestras defensas, nuestras hechiceras proyectaban ataques mágicos contra los sacerdotes al objeto de reducir el mayor daño posible.
A medida que avanzábamos, la defensa de las provincias se hacía cada vez más férrea y nuestras tropas se debilitaban. Los nuevos reclutas procedentes de los cuarteles tardaban en llegar.
La respiración agónica de treants moribundos, junto al hedor nauseabundo de los cadáveres que yacían bajo el lodo, no impedía que la voluntad de los hábiles ingenieros y arquitectos medievales, convertidos en paladines con alabardas ensangrentadas, avanzase por los flancos. Sin duda, aquel lugar no era la naturaleza ansiada por los Elfos ni el territorio añorado por los Humanos para fundar una colonia medieval.
Después de más de cien años de incesantes batallas y de millones de vidas cobradas en épicas contiendas, los Elfos y Humanos firmaron una gran alianza. Surgieron las Hermandades, donde convivían juntos con diferentes culturas, colaborando y prestando ayuda vecinal. Se crearon lonjas para el intercambio de productos. La paz y prosperidad renació una vez más en ELVENAR.
Hoy en día, todavía existen algunas provincias donde Humanos y Elfos se enfrentan en aras de conquistar otras ciudades y expandir sus capitolios.
Nuestros espadachines no habían sido entrenados en el cuartel para luchar contra Cancerberos o Paladines.
Mientras su energía mística mermaba nuestras defensas, nuestras hechiceras proyectaban ataques mágicos contra los sacerdotes al objeto de reducir el mayor daño posible.
A medida que avanzábamos, la defensa de las provincias se hacía cada vez más férrea y nuestras tropas se debilitaban. Los nuevos reclutas procedentes de los cuarteles tardaban en llegar.
La respiración agónica de treants moribundos, junto al hedor nauseabundo de los cadáveres que yacían bajo el lodo, no impedía que la voluntad de los hábiles ingenieros y arquitectos medievales, convertidos en paladines con alabardas ensangrentadas, avanzase por los flancos. Sin duda, aquel lugar no era la naturaleza ansiada por los Elfos ni el territorio añorado por los Humanos para fundar una colonia medieval.
Después de más de cien años de incesantes batallas y de millones de vidas cobradas en épicas contiendas, los Elfos y Humanos firmaron una gran alianza. Surgieron las Hermandades, donde convivían juntos con diferentes culturas, colaborando y prestando ayuda vecinal. Se crearon lonjas para el intercambio de productos. La paz y prosperidad renació una vez más en ELVENAR.
Hoy en día, todavía existen algunas provincias donde Humanos y Elfos se enfrentan en aras de conquistar otras ciudades y expandir sus capitolios.
La batalla por las tres reliquias
Ocurrió durante el quinto transito lunar. Los exploradores nos habían hablado de un lejano mundo en donde los elixires surgían de entre las rocas. A pesar de que su pericia era cada vez mayor, les resultaba difícil el encontrar estas provincias recónditas.
¡Hay que entender cada pliegue de esta tierra para encontrar el camino!
Necesitábamos tres reliquias de elixir para multiplicar nuestra capacidad de producción, así que tuvimos que adentrarnos en suelo sagrado, en donde nigromantes, golems y treants nos cortaron el paso. Nuestros espadachines y arqueros estaban mermados por aquellas batallas que nos permitieron llegar hasta esta tierra. Nos habían proporcionado ingentes cantidades de mármol, pero andábamos escasos de cristal y seda, así que no pudimos negociar y nos aprestamos a la lucha mientras ellos se reponían.
¡El elixir es nuestra fuerza! Gritaron las hechiceras mientras nuestros treants se disponían en línea para protegerlas. Los golems se lanzaron a la batalla, pero las hechiceras, con valor y fuerza psíquica consiguieron debilitar al enemigo.
Sus treants intentaron bloquear a nuestros golems, pero el esfuerzo fue en vano. La rígida barrera que habían formado se diluyó ante la energía que desplegaban nuestras hechiceras y logramos abatirlos. Habíamos cumplido nuestro objetivo de tomar uno de los manantiales, pero necesitábamos dos reliquias más.
Nuestras fuerzas estaban exhaustas, así que fuimos a pedir refuerzos a la ciudad, pero la estrategia ya estaba clara. En cuanto las nuevas tropas fueron entrenadas, pudimos conquistar el resto de los manantiales de elixir y regresar a la ciudad con las tropas menguadas, pero victoriosas.
Mientras librábamos la batalla contra los nigromantes, nuestros espadachines y arqueros habían entrenado nuevos reclutas y ya se estaban disponiendo para conquistar nuevas tierras.
Tras estas batallas iniciamos el camino hacia las maravillas antiguas de los elfos. Nuestro sacrificio nos había hecho más sabios.
Ocurrió durante el quinto transito lunar. Los exploradores nos habían hablado de un lejano mundo en donde los elixires surgían de entre las rocas. A pesar de que su pericia era cada vez mayor, les resultaba difícil el encontrar estas provincias recónditas.
¡Hay que entender cada pliegue de esta tierra para encontrar el camino!
Necesitábamos tres reliquias de elixir para multiplicar nuestra capacidad de producción, así que tuvimos que adentrarnos en suelo sagrado, en donde nigromantes, golems y treants nos cortaron el paso. Nuestros espadachines y arqueros estaban mermados por aquellas batallas que nos permitieron llegar hasta esta tierra. Nos habían proporcionado ingentes cantidades de mármol, pero andábamos escasos de cristal y seda, así que no pudimos negociar y nos aprestamos a la lucha mientras ellos se reponían.
¡El elixir es nuestra fuerza! Gritaron las hechiceras mientras nuestros treants se disponían en línea para protegerlas. Los golems se lanzaron a la batalla, pero las hechiceras, con valor y fuerza psíquica consiguieron debilitar al enemigo.
Sus treants intentaron bloquear a nuestros golems, pero el esfuerzo fue en vano. La rígida barrera que habían formado se diluyó ante la energía que desplegaban nuestras hechiceras y logramos abatirlos. Habíamos cumplido nuestro objetivo de tomar uno de los manantiales, pero necesitábamos dos reliquias más.
Nuestras fuerzas estaban exhaustas, así que fuimos a pedir refuerzos a la ciudad, pero la estrategia ya estaba clara. En cuanto las nuevas tropas fueron entrenadas, pudimos conquistar el resto de los manantiales de elixir y regresar a la ciudad con las tropas menguadas, pero victoriosas.
Mientras librábamos la batalla contra los nigromantes, nuestros espadachines y arqueros habían entrenado nuevos reclutas y ya se estaban disponiendo para conquistar nuevas tierras.
Tras estas batallas iniciamos el camino hacia las maravillas antiguas de los elfos. Nuestro sacrificio nos había hecho más sabios.
Avanzar, esquivar y atacar, cuando peleas no tienes nada más en mente solo debes seguir un orden específico y ah claro, evitar morir.
- Deja de estar en las nubes Jesk y concéntrate en la formación-
Se me olvidaba presentarme soy Jesk Royal y soy un Bárbaro con hacha y ese que hablo es mi mejor amigo Pike un Ballestero peleamos para los humanos queremos conquistar estas tierras para obtener riquezas, pero para eso tenemos que luchar, ya que no tenemos los recursos necesarios para poder negociar, y en estos momentos ustedes están en mi cabeza y podrán ver y sentir que es estar en una lucha, cuando suene el silbato iniciara el tormento, solo espero salir de aquí con vida y poder abrazar a mi hijo otra vez.
-Silbato-
Puedo con esto, primer turno están los ballesteros, suerte Pike, seguimos nosotros mi comandante Sacerdote da la señal para acercarnos al enemigo más cercano un Treant nivel 2 estamos con más ventaja los Ballesteros han acabado con un grupo de Magas, quedan pocos pero él una fracción de segundo puedo ver a Pike, me alegro porque no soy el único que quiere volver a ver a su familia.
Pasa el tiempo lentamente como burlándose de cada gota de sangre derramada y la muerte su fiel ayudante no se queda atrás, el arrasa con el que ve más conveniente de pronto siento una fuerza que me alza de mi lugar y me lanza lejos de mi formación conozco ese método esa fue la maga, al menos estoy fuera de la batalla aunque no estoy muerto, solo quiero permanecer aquí en lo seguro, no quiero, volver al cuartel, solo quiero, volver a probar la torta de chocolate de mi mujer, ver la cara embarrada de mi pequeña niña de chocolate, por tratar de devorar de un solo mordisco la tarta. De pronto veo la que me dejaría traumatizado de por vida la pelea desde la vista de un espectador, Ballesteros volando por la magia de las magas, sacerdotes intentando contrarrestar su magia para poderlos liberar, cerré mis ojos con fuerza espero que esto solo fuera un sueño pero no es así.
Después escucho de nuevo el silbato dando por terminada la batalla o la retirada, la verdad es que, en este momento me da igual, solo quiero aprovechar que me den por muerto, y darle un buen susto a mi mujer, veo a todos los elfos derrotados en el campo de batalla, y muchos de nosotros también pero hay sobrevivientes, y a lo lejos logro divisar a mi amigo me alegro que esté vivo, lo veo algo triste, creo que será por mi supuesta “muerte”, significa que ganamos, pero me pregunto, ¿Esto realmente es ganar?
- Deja de estar en las nubes Jesk y concéntrate en la formación-
Se me olvidaba presentarme soy Jesk Royal y soy un Bárbaro con hacha y ese que hablo es mi mejor amigo Pike un Ballestero peleamos para los humanos queremos conquistar estas tierras para obtener riquezas, pero para eso tenemos que luchar, ya que no tenemos los recursos necesarios para poder negociar, y en estos momentos ustedes están en mi cabeza y podrán ver y sentir que es estar en una lucha, cuando suene el silbato iniciara el tormento, solo espero salir de aquí con vida y poder abrazar a mi hijo otra vez.
-Silbato-
Puedo con esto, primer turno están los ballesteros, suerte Pike, seguimos nosotros mi comandante Sacerdote da la señal para acercarnos al enemigo más cercano un Treant nivel 2 estamos con más ventaja los Ballesteros han acabado con un grupo de Magas, quedan pocos pero él una fracción de segundo puedo ver a Pike, me alegro porque no soy el único que quiere volver a ver a su familia.
Pasa el tiempo lentamente como burlándose de cada gota de sangre derramada y la muerte su fiel ayudante no se queda atrás, el arrasa con el que ve más conveniente de pronto siento una fuerza que me alza de mi lugar y me lanza lejos de mi formación conozco ese método esa fue la maga, al menos estoy fuera de la batalla aunque no estoy muerto, solo quiero permanecer aquí en lo seguro, no quiero, volver al cuartel, solo quiero, volver a probar la torta de chocolate de mi mujer, ver la cara embarrada de mi pequeña niña de chocolate, por tratar de devorar de un solo mordisco la tarta. De pronto veo la que me dejaría traumatizado de por vida la pelea desde la vista de un espectador, Ballesteros volando por la magia de las magas, sacerdotes intentando contrarrestar su magia para poderlos liberar, cerré mis ojos con fuerza espero que esto solo fuera un sueño pero no es así.
Después escucho de nuevo el silbato dando por terminada la batalla o la retirada, la verdad es que, en este momento me da igual, solo quiero aprovechar que me den por muerto, y darle un buen susto a mi mujer, veo a todos los elfos derrotados en el campo de batalla, y muchos de nosotros también pero hay sobrevivientes, y a lo lejos logro divisar a mi amigo me alegro que esté vivo, lo veo algo triste, creo que será por mi supuesta “muerte”, significa que ganamos, pero me pregunto, ¿Esto realmente es ganar?
Lyrcaelle la hechicera oteó el campo de batalla: Los ballesteros enemigos avanzaban posiciones tras los espadachines aliados que se batían en retirada.
- Mi señora -la maga Ghaena, la sacó de su ensimismamiento-. La trampa está lista, falta cerrar "la pinza".
- Perfecto -respondió Lyrcaelle-. Ordena a los soldados que den media vuelta y se preparen a cargar sobre los saeteros; los Treants de Throrrgal ya han alcanzado la entrada al valle y cerrarán el paso a sus caballeros.
La experta hechicera musitó unas palabras en un idioma desconocido y el aire crepitó cargado de magia. Su esbelta figura se elevó unos metros y desde las alturas, se dirigió a Ghaena con voz tronante y los ojos blancos, radiantes de luz dorada:
- Reúne a tus hermanas. Tenemos que minimizar las bajas: cada elfo vale más que miles de esos bárbaros. Además, la reliquia que guardan era propiedad de nuestro pueblo mucho antes de que el primero de sus vástagos levantara dos palmos sobre el terreno sagrado que pisan.
Dicho ésto su silueta parpadeó por un instante antes de desaparecer y reaparecer en la lejanía, justo sobre el pelotón de espadachines. Unos segundos después, Ghaena vió como la hechicera era flanqueada por las integrantes de su grupo y como entre todas conjuraban sus letanías arcanas sobre los ballesteros.
- Los ancestros hablan por tu boca y no podemos defraudarlos, Lyrcaelle -se dijo Ghaena para sí misma-. Hoy no, al menos.
Se aferró a su báculo, cerró los ojos e hizo su llamada a quienes tenían que oírla.
Cual tormenta eléctrica, sus compañeras en la batalla fueron apareciendo como relámpagos una tras otra. En un parpadeo tenía a más de treinta jóvenes pero talentosas aprendizas en torno suya.
Ghaena echó un vistazo a su aquelarre y luego señaló con un dedo adonde las necesitaban sin apartar la mirada de sus subordinadas.
- Damas, el destino nos reclama y nuestros antepasados nos observan; haced que se sientan orgullosos.
Sin mediar palabra el grupo de hechiceras se desvaneció de un súbito fogonazo, dejando tras de sí tan sólo un penetrante olor a ozono como único rastro de su paso por aquellas cumbres inaccesibles.
El aire olía a sangre y tierra. Los gritos de los heridos y moribundos se escuchaban aterradoramente cerca. ¿Era posible que hubiesen errado el conjuro para acabar apareciendo en medio de la refriega? Ghaena tenía que averiguarlo, lo antes posible...
Conmocionada todavía por los efectos del hechizo se giró para observar su entorno, justo para ver como se le venía encima una masa de músculos en forma de bárbaro con tatuajes rituales, dueño de un martillo rúnico casi tan grande como ella que amenazaba con aplastarla hasta hacerla desaparecer.
Cayó al suelo, no tenía tiempo de defenderse... pero tampoco le hizo falta; mientras permanecía paralizada esperando su fatal desenlace una sombra rauda se cruzó en su camino, saltó por encima del bárbaro y aterrizó a su espalda asestándole dos golpes fatales tan rápidos, que sus ojos de elfa apenas fueron capaces de apreciar.
El bárbaro permaneció erguido unos instantes, luego se desplomó de bruces, inerte.
Junto al cadáver enemigo se erguía un espigado espadachín portando dos espadas livianas pero afiladas como agujas manchadas de sangre enemiga. Enfundó sus armas y le tendió las manos para ayudarla a levantarse.
- Han llegado en el momento adecuado, mi señora -le dijo el soldado-. Todavía quedan algunos de esos cobardes escondidos tras las ruinas.
Ghaena aceptó su ayuda y se reincorporó. El elfo partió de vuelta al combate en cuanto se aseguró que ella estaba bien, sin tiempo siquiera para que pudiese agradecérselo.
La situación parecía estar bajo control, sus hermanas habían doblegado la voluntad de las tropas enemigas haciéndolas presa fácil de los habilidosos elfos combatientes.
"Tan sólo un poco más" se dijo.
Buscó a sus hermanas con la mirada y las encontró en avance hacia ella, escoltadas por soldados con la misma armadura azabache que el que la había rescatado hacía apenas unos segundos.
Ghaena se elevó en el aire rodeada de un aura de poder crepitante, se volvió hacia las tropas y señaló con su báculo las ruinas donde se resguardaba la resistencia enemiga.
- ¡Tan sólo un poco más!
- Mi señora -la maga Ghaena, la sacó de su ensimismamiento-. La trampa está lista, falta cerrar "la pinza".
- Perfecto -respondió Lyrcaelle-. Ordena a los soldados que den media vuelta y se preparen a cargar sobre los saeteros; los Treants de Throrrgal ya han alcanzado la entrada al valle y cerrarán el paso a sus caballeros.
La experta hechicera musitó unas palabras en un idioma desconocido y el aire crepitó cargado de magia. Su esbelta figura se elevó unos metros y desde las alturas, se dirigió a Ghaena con voz tronante y los ojos blancos, radiantes de luz dorada:
- Reúne a tus hermanas. Tenemos que minimizar las bajas: cada elfo vale más que miles de esos bárbaros. Además, la reliquia que guardan era propiedad de nuestro pueblo mucho antes de que el primero de sus vástagos levantara dos palmos sobre el terreno sagrado que pisan.
Dicho ésto su silueta parpadeó por un instante antes de desaparecer y reaparecer en la lejanía, justo sobre el pelotón de espadachines. Unos segundos después, Ghaena vió como la hechicera era flanqueada por las integrantes de su grupo y como entre todas conjuraban sus letanías arcanas sobre los ballesteros.
- Los ancestros hablan por tu boca y no podemos defraudarlos, Lyrcaelle -se dijo Ghaena para sí misma-. Hoy no, al menos.
Se aferró a su báculo, cerró los ojos e hizo su llamada a quienes tenían que oírla.
Cual tormenta eléctrica, sus compañeras en la batalla fueron apareciendo como relámpagos una tras otra. En un parpadeo tenía a más de treinta jóvenes pero talentosas aprendizas en torno suya.
Ghaena echó un vistazo a su aquelarre y luego señaló con un dedo adonde las necesitaban sin apartar la mirada de sus subordinadas.
- Damas, el destino nos reclama y nuestros antepasados nos observan; haced que se sientan orgullosos.
Sin mediar palabra el grupo de hechiceras se desvaneció de un súbito fogonazo, dejando tras de sí tan sólo un penetrante olor a ozono como único rastro de su paso por aquellas cumbres inaccesibles.
El aire olía a sangre y tierra. Los gritos de los heridos y moribundos se escuchaban aterradoramente cerca. ¿Era posible que hubiesen errado el conjuro para acabar apareciendo en medio de la refriega? Ghaena tenía que averiguarlo, lo antes posible...
Conmocionada todavía por los efectos del hechizo se giró para observar su entorno, justo para ver como se le venía encima una masa de músculos en forma de bárbaro con tatuajes rituales, dueño de un martillo rúnico casi tan grande como ella que amenazaba con aplastarla hasta hacerla desaparecer.
Cayó al suelo, no tenía tiempo de defenderse... pero tampoco le hizo falta; mientras permanecía paralizada esperando su fatal desenlace una sombra rauda se cruzó en su camino, saltó por encima del bárbaro y aterrizó a su espalda asestándole dos golpes fatales tan rápidos, que sus ojos de elfa apenas fueron capaces de apreciar.
El bárbaro permaneció erguido unos instantes, luego se desplomó de bruces, inerte.
Junto al cadáver enemigo se erguía un espigado espadachín portando dos espadas livianas pero afiladas como agujas manchadas de sangre enemiga. Enfundó sus armas y le tendió las manos para ayudarla a levantarse.
- Han llegado en el momento adecuado, mi señora -le dijo el soldado-. Todavía quedan algunos de esos cobardes escondidos tras las ruinas.
Ghaena aceptó su ayuda y se reincorporó. El elfo partió de vuelta al combate en cuanto se aseguró que ella estaba bien, sin tiempo siquiera para que pudiese agradecérselo.
La situación parecía estar bajo control, sus hermanas habían doblegado la voluntad de las tropas enemigas haciéndolas presa fácil de los habilidosos elfos combatientes.
"Tan sólo un poco más" se dijo.
Buscó a sus hermanas con la mirada y las encontró en avance hacia ella, escoltadas por soldados con la misma armadura azabache que el que la había rescatado hacía apenas unos segundos.
Ghaena se elevó en el aire rodeada de un aura de poder crepitante, se volvió hacia las tropas y señaló con su báculo las ruinas donde se resguardaba la resistencia enemiga.
- ¡Tan sólo un poco más!
Parapetados tras un montículo, esperamos la orden. Desde nuestro refugio se escuchan los pasos lentos y pesados de los treants, que caminan hacia el peligro confiando en su fuerza y en la corteza de árbol que es su piel para evitar el máximo tiempo posible el envite del enemigo. Los espadachines rápidos y agiles como el viento hacen sonar sus espadas al chocar acero contra acero y roca.
Una ronda de disparos contra el enemigo, esperando con el alma en vilo, que el enemigo no descubra donde nos escondemos; nosotros los arqueros somos débiles si nos atacan cuerpo a cuerpo, en mantenernos lo menos visibles posible consiste nuestra mejor defensa.
Ya es tarde y una bruja nos ha visto, manda sus hechizos contra nosotros. Nos paraliza y cuesta apuntar y disparar. Poco a poco nos vamos debilitando y vamos cayendo como moscas. Tiene toda su atención puesta en nosotros y no ve acercarse al espadachín que la golpea con su espada por detrás haciéndola caer.
Segundos después todo ha terminado, el último caballero cayó acorralado por dos treants.
Hemos quedado muy pocos, pero algunos aun sobrevivimos. Victoria, pero a un precio alto.
Una ronda de disparos contra el enemigo, esperando con el alma en vilo, que el enemigo no descubra donde nos escondemos; nosotros los arqueros somos débiles si nos atacan cuerpo a cuerpo, en mantenernos lo menos visibles posible consiste nuestra mejor defensa.
Ya es tarde y una bruja nos ha visto, manda sus hechizos contra nosotros. Nos paraliza y cuesta apuntar y disparar. Poco a poco nos vamos debilitando y vamos cayendo como moscas. Tiene toda su atención puesta en nosotros y no ve acercarse al espadachín que la golpea con su espada por detrás haciéndola caer.
Segundos después todo ha terminado, el último caballero cayó acorralado por dos treants.
Hemos quedado muy pocos, pero algunos aun sobrevivimos. Victoria, pero a un precio alto.
Día 8 de ésta intensa guerra
Seguimos descubriendo nuevos horizontes en tierras remotas. Hemos conquistado gran parte de ésta mina de Cristal. Las negociaciones se hacen cada vez más difíciles, perdimos muchos recursos y gran parte del batallón acaba de ser enterrado bajo las cenizas de ésta batalla feroz.
Los pocos que quedamos nos mantenemos unidos. Estamos marchando a la par y silenciosamente porque el camino está plagado de perros de batalla ocultos. Afortunadamente nuestros arqueros tienen buen ojo y una excelente puntería.
A medida que avanzamos la bruma se hace más pesada y se nos dificulta ver más allá de unos cuantos metros. Las hechiceras cubren la periferia y nos advierten telepáticamente sobre cualquier movimiento anormal, no obstante hemos perdido a varias de ellas.
Estoy muy cansado. El polvo mágico se acabó y no hay más medicina para alivianar el dolor de la herida de flecha que tengo en mi pierna. Los monstruos de la ciénaga huelen la sangre, lo que me convierte en blanco fácil. Debería limpiar mi herida, pero eso atrasaría al grupo o podrían acorralarnos, como sucedió en la Provincia de Acero.
<< Silencio>> Nos transmiten las hechiceras
Se escucha el sonar de las espadas y el aullido de los Treants convocándonos a atacar. Orcos, Nigromantes y Morteros por doquier. Tengo mucho miedo. Respiro hondo. Saco mi espada de la funda y corro con ella en alto pensando sólo en la victoria.
Si sobrevivo a ésta última batalla habremos ampliado nuestra amada Sproutville y llevaremos reliquias y conocimiento de tierras lejanas a los habitantes.
Si muero en combate, sólo pido un favor.... Trasladen mi cuerpo al Templo de los sabios, donde descansaré eternamente,
¡Por la Gloria!
Seguimos descubriendo nuevos horizontes en tierras remotas. Hemos conquistado gran parte de ésta mina de Cristal. Las negociaciones se hacen cada vez más difíciles, perdimos muchos recursos y gran parte del batallón acaba de ser enterrado bajo las cenizas de ésta batalla feroz.
Los pocos que quedamos nos mantenemos unidos. Estamos marchando a la par y silenciosamente porque el camino está plagado de perros de batalla ocultos. Afortunadamente nuestros arqueros tienen buen ojo y una excelente puntería.
A medida que avanzamos la bruma se hace más pesada y se nos dificulta ver más allá de unos cuantos metros. Las hechiceras cubren la periferia y nos advierten telepáticamente sobre cualquier movimiento anormal, no obstante hemos perdido a varias de ellas.
Estoy muy cansado. El polvo mágico se acabó y no hay más medicina para alivianar el dolor de la herida de flecha que tengo en mi pierna. Los monstruos de la ciénaga huelen la sangre, lo que me convierte en blanco fácil. Debería limpiar mi herida, pero eso atrasaría al grupo o podrían acorralarnos, como sucedió en la Provincia de Acero.
<< Silencio>> Nos transmiten las hechiceras
Se escucha el sonar de las espadas y el aullido de los Treants convocándonos a atacar. Orcos, Nigromantes y Morteros por doquier. Tengo mucho miedo. Respiro hondo. Saco mi espada de la funda y corro con ella en alto pensando sólo en la victoria.
Si sobrevivo a ésta última batalla habremos ampliado nuestra amada Sproutville y llevaremos reliquias y conocimiento de tierras lejanas a los habitantes.
Si muero en combate, sólo pido un favor.... Trasladen mi cuerpo al Templo de los sabios, donde descansaré eternamente,
¡Por la Gloria!
Siempre tuve claro que no saldría de esta batalla.
Mi señor deseaba esa reliquia como si fuera la última de Elvenar y todos la anhelaran, nada conseguía apaciguar su codicia, apenas teníamos recursos y menos para la negociación, así que no nos quedó más opción que la lucha.
Solo esperaba que no nos dejara al sorteo de una lucha automática, otra vez no.
Apostados tras un puñado de juncos escucho de nuevo la vozenmicabeza
“tres hexágonos al noreste”
Obedezco como un títere de madera, los Treant somos lentos en el caminar, pero también nos cuesta pensar, nuestra naturaleza nos hace resistentes y muy longevos (no será mi caso), pero nuestros pensamientos fluyen como alquitrán sobre nieve.
Veo movimientos frente a nosotros, a mi derecha vislumbro una unidad de arqueros y unos ágiles espadachines, pero sólo son un tierno puñado de inexpertos aventureros, pobres muchachos. Sin embargo a mi izquierda dos compañías de Treants bien entrenados fijan sus penetrantes miradas en la lejanía intentando vislumbrar contra qué vamos a chocar, con ellos aún podemos tener esperanzas.
“tres hexágonos más al noreste”
la vozenmicabeza da de nuevo las instrucciones, mi batallón se desplaza inexorablemente hacia su destino, ahora si que puedo ver lo que se desliza sinuosamente en nuestra vanguardia, tres grupos de nigromantes mueven sus perversas maldiciones, cargan sus hechizos y mucho me temo que junto a los caballeros que los escoltan no van a darnos demasiada tregua.
Los nigromantes atacan el flanco derecho, los primeros setenta y dos arqueros son borrados de la faz del campo de batalla, una carga más y la otra compañía es un recuerdo borroso y olvidado.
“uno al norte y ataca”
Mi oportunidad! no debo dejarla pasar, concentro mi energía en asestar el golpe y que no dé oportunidad de revolverse al enemigo, pero tan solo acabamos con la mitad de ellos, su contragolpe nos deja con uno menos y nuestro turno se acaba. Con la proximidad se nos echa encima una horda de caballeros, el segundo escuadrón de treant sucumbe ante tres ataques poderosos, indescriptibles, inhumanos (al menos han podido con más de un tercio de los atacantes y un grupo completo de caballeros)
Los milagros no existen, pero la esperanza aún se alberga en nuestros leñosos corazones.
“ataque a los caballeros”
Esta vez el grupo es menor y mi ira hace que el ataque sea desproporcionado, un montón de chatarra se diluye junto a nuestras raíces movibles, aún no está todo perdido.
Los nigromantes sin ninguna baja se aprestan a luchar, veo el brillo de sus oscuros ojos ávidos de poder y crueldad, los tres descargan sus poderes contra el otro batallón, parece que quieren dejarnos para el final (sí, el final).
Un humo denso y amargo se adueña de la escena, sólo quedamos nosotros (sólo nosotros).
“atacad!”
Hay un grupo cercano, los nigromantes son débiles en el cuerpo a cuerpo, acabamos con los siete.
Ahora hay catorce que calman venganza…
Mi señor deseaba esa reliquia como si fuera la última de Elvenar y todos la anhelaran, nada conseguía apaciguar su codicia, apenas teníamos recursos y menos para la negociación, así que no nos quedó más opción que la lucha.
Solo esperaba que no nos dejara al sorteo de una lucha automática, otra vez no.
Apostados tras un puñado de juncos escucho de nuevo la vozenmicabeza
“tres hexágonos al noreste”
Obedezco como un títere de madera, los Treant somos lentos en el caminar, pero también nos cuesta pensar, nuestra naturaleza nos hace resistentes y muy longevos (no será mi caso), pero nuestros pensamientos fluyen como alquitrán sobre nieve.
Veo movimientos frente a nosotros, a mi derecha vislumbro una unidad de arqueros y unos ágiles espadachines, pero sólo son un tierno puñado de inexpertos aventureros, pobres muchachos. Sin embargo a mi izquierda dos compañías de Treants bien entrenados fijan sus penetrantes miradas en la lejanía intentando vislumbrar contra qué vamos a chocar, con ellos aún podemos tener esperanzas.
“tres hexágonos más al noreste”
la vozenmicabeza da de nuevo las instrucciones, mi batallón se desplaza inexorablemente hacia su destino, ahora si que puedo ver lo que se desliza sinuosamente en nuestra vanguardia, tres grupos de nigromantes mueven sus perversas maldiciones, cargan sus hechizos y mucho me temo que junto a los caballeros que los escoltan no van a darnos demasiada tregua.
Los nigromantes atacan el flanco derecho, los primeros setenta y dos arqueros son borrados de la faz del campo de batalla, una carga más y la otra compañía es un recuerdo borroso y olvidado.
“uno al norte y ataca”
Mi oportunidad! no debo dejarla pasar, concentro mi energía en asestar el golpe y que no dé oportunidad de revolverse al enemigo, pero tan solo acabamos con la mitad de ellos, su contragolpe nos deja con uno menos y nuestro turno se acaba. Con la proximidad se nos echa encima una horda de caballeros, el segundo escuadrón de treant sucumbe ante tres ataques poderosos, indescriptibles, inhumanos (al menos han podido con más de un tercio de los atacantes y un grupo completo de caballeros)
Los milagros no existen, pero la esperanza aún se alberga en nuestros leñosos corazones.
“ataque a los caballeros”
Esta vez el grupo es menor y mi ira hace que el ataque sea desproporcionado, un montón de chatarra se diluye junto a nuestras raíces movibles, aún no está todo perdido.
Los nigromantes sin ninguna baja se aprestan a luchar, veo el brillo de sus oscuros ojos ávidos de poder y crueldad, los tres descargan sus poderes contra el otro batallón, parece que quieren dejarnos para el final (sí, el final).
Un humo denso y amargo se adueña de la escena, sólo quedamos nosotros (sólo nosotros).
“atacad!”
Hay un grupo cercano, los nigromantes son débiles en el cuerpo a cuerpo, acabamos con los siete.
Ahora hay catorce que calman venganza…
El secreto de Elvenar
Durante años ésta fue una historia perdida, sepultada por las arenas del tiempo, las lejanas montañas y los ecos del lejano Elvenar, que tan solo algunos elegidos han albergado en su memoria, para transmitirla a aquellos dispuestos a saber, a comprender.
Terribles fueron los sucesos acaecidos aquel lejano día. De una parte un imperio que pretendía imponer el silencio y la opresión. A su mando el sacerdote Julime. En la parte contraria un ejército abanderado por la hechicera Deïdre, la única capaz de enfrentarse contra él. Una única premisa, no usar la magia hasta que el secreto eligiera vencedor.
Al despuntar el alba empezó a formarse una espesa bruma que envolvió el paisaje. Ninguno de los dos ejércitos ocultó su existencia. Los gritos de los espadachines y bárbaros con hacha se escuchaban en la lejanía, lo hacían para infundirse coraje y para sembrar el miedo en las tropas contrarias. Los ejércitos se separaban entre Elfos y Humanos, de una parte miles de trents y gólems; de otra los cancerberos se preparaban junto a los paladines que afilaban las espadas y preparaban los escudos.
En el campo de batalla el sacerdote y la hechicera consiguieron encontrarse en la distancia y se desafiaron con la mirada. Tras una orden los dos frentes empezaron a marchar, mientras la bruma se abría a su paso. Deïdre ordenó a los arqueros que preparan la primera ofensiva. Ante la amenaza, los paladines del imperio respondieron alzando sus escudos. Una lluvia de flechas cayó sobre ellos. Irremediablemente algunos compañeros cayeron en éste primer ataque. El sacerdote Julime dio la orden de cargar y sus cancerberos empezaron a correr hacia el enemigo. Otra andanada de flechas por parte de los fieles a Deïdre sesgó la vida de los contrincantes, pero los imperiales no pararon su ataque ni miraron a los caídos. Los trents de Deïdre se prepararon para el choque cuerpo a cuerpo. Se enzarzaron en combate, las hachas se cruzaban, las espadas entrechocaban. Los cuerpos de los combatientes fueron cayendo uno a uno.
La hechicera desenfundó su espada Dunïa y se abrió paso con su alce hacia el frente de la batalla, dejando atrás a sus espadachines y a sus gólems. Una única obsesión dominaba sus actos, buscar y guerrear contra el sacerdote Julime. Éste, al verla avanzar, espoleó a su corcel. Nunca se permitiría estar quieto mientras le buscaban. Los dos avanzaron el uno hacia el otro. El sacerdote se abalanzó sobre la hechicera con su sable Khael desenvainado. Deïdre paró el golpe con su acero y ambas espadas soltaron chispas. Volvió al ataque el sacerdote con una estocada que la hechicera paró con su coraza. Aprovechando el lance Deïdre alzó la punta de su arma que hirió de muerte al sacerdote. El ejército imperial cesó la lucha ante la caída de su líder. De ésta forma el secreto pasó a manos de la hechicera.
Pasaron los años y la hechicera conservaba aquel enigma el bien guarecido. Las celebraciones anuales para conmemorar la batalla eran famosas. La magia envolvía todos los lugares por donde pasaba Dreïde. Cada temporada acudía más gente, personas llegadas de todos los rincones a los que apenas conocía. Sucedió entonces el robo del manuscrito a manos de unos bandidos al servicio de nadie. De nuevo el secreto se encontraba perdido. Los fugitivos fueron perseguidos por todos los dominios conocidos e incluso más allá de sus fronteras. Dreïde lo buscó hasta el fin de sus días.
Nadie supo nunca dónde se hallaba el enigma. Fue pasando de país en país, de unas manos a otras manos. Se dice que el secreto siguió vagando por el mundo hasta que unos enanos lo encontraron y lo preservaron llevándolo hacia su portal, para luego hacérselo llegar a las hadas que esperan con ansia poder entregar el arcano a alguien que realmente lo merezca.
La gente empezó a contar la historia, que pasó de generación en generación. Hoy en día se conserva heredada en la memoria de Elvenar como un mito, una fábula, una creencia; como algo que nunca ocurrió. Pero ocurrió.
FIN
Durante años ésta fue una historia perdida, sepultada por las arenas del tiempo, las lejanas montañas y los ecos del lejano Elvenar, que tan solo algunos elegidos han albergado en su memoria, para transmitirla a aquellos dispuestos a saber, a comprender.
Terribles fueron los sucesos acaecidos aquel lejano día. De una parte un imperio que pretendía imponer el silencio y la opresión. A su mando el sacerdote Julime. En la parte contraria un ejército abanderado por la hechicera Deïdre, la única capaz de enfrentarse contra él. Una única premisa, no usar la magia hasta que el secreto eligiera vencedor.
Al despuntar el alba empezó a formarse una espesa bruma que envolvió el paisaje. Ninguno de los dos ejércitos ocultó su existencia. Los gritos de los espadachines y bárbaros con hacha se escuchaban en la lejanía, lo hacían para infundirse coraje y para sembrar el miedo en las tropas contrarias. Los ejércitos se separaban entre Elfos y Humanos, de una parte miles de trents y gólems; de otra los cancerberos se preparaban junto a los paladines que afilaban las espadas y preparaban los escudos.
En el campo de batalla el sacerdote y la hechicera consiguieron encontrarse en la distancia y se desafiaron con la mirada. Tras una orden los dos frentes empezaron a marchar, mientras la bruma se abría a su paso. Deïdre ordenó a los arqueros que preparan la primera ofensiva. Ante la amenaza, los paladines del imperio respondieron alzando sus escudos. Una lluvia de flechas cayó sobre ellos. Irremediablemente algunos compañeros cayeron en éste primer ataque. El sacerdote Julime dio la orden de cargar y sus cancerberos empezaron a correr hacia el enemigo. Otra andanada de flechas por parte de los fieles a Deïdre sesgó la vida de los contrincantes, pero los imperiales no pararon su ataque ni miraron a los caídos. Los trents de Deïdre se prepararon para el choque cuerpo a cuerpo. Se enzarzaron en combate, las hachas se cruzaban, las espadas entrechocaban. Los cuerpos de los combatientes fueron cayendo uno a uno.
La hechicera desenfundó su espada Dunïa y se abrió paso con su alce hacia el frente de la batalla, dejando atrás a sus espadachines y a sus gólems. Una única obsesión dominaba sus actos, buscar y guerrear contra el sacerdote Julime. Éste, al verla avanzar, espoleó a su corcel. Nunca se permitiría estar quieto mientras le buscaban. Los dos avanzaron el uno hacia el otro. El sacerdote se abalanzó sobre la hechicera con su sable Khael desenvainado. Deïdre paró el golpe con su acero y ambas espadas soltaron chispas. Volvió al ataque el sacerdote con una estocada que la hechicera paró con su coraza. Aprovechando el lance Deïdre alzó la punta de su arma que hirió de muerte al sacerdote. El ejército imperial cesó la lucha ante la caída de su líder. De ésta forma el secreto pasó a manos de la hechicera.
Pasaron los años y la hechicera conservaba aquel enigma el bien guarecido. Las celebraciones anuales para conmemorar la batalla eran famosas. La magia envolvía todos los lugares por donde pasaba Dreïde. Cada temporada acudía más gente, personas llegadas de todos los rincones a los que apenas conocía. Sucedió entonces el robo del manuscrito a manos de unos bandidos al servicio de nadie. De nuevo el secreto se encontraba perdido. Los fugitivos fueron perseguidos por todos los dominios conocidos e incluso más allá de sus fronteras. Dreïde lo buscó hasta el fin de sus días.
Nadie supo nunca dónde se hallaba el enigma. Fue pasando de país en país, de unas manos a otras manos. Se dice que el secreto siguió vagando por el mundo hasta que unos enanos lo encontraron y lo preservaron llevándolo hacia su portal, para luego hacérselo llegar a las hadas que esperan con ansia poder entregar el arcano a alguien que realmente lo merezca.
La gente empezó a contar la historia, que pasó de generación en generación. Hoy en día se conserva heredada en la memoria de Elvenar como un mito, una fábula, una creencia; como algo que nunca ocurrió. Pero ocurrió.
FIN
Anduvimos a buen paso todo el día, hasta bien entrada la noche. Por la noche cruzamos los montes, bajas montañas intercaladas con amplios valles. En cuanto los pasamos el aire pareció volverse, mucho más frio, el paisaje se volvió agreste. Estábamos cerca, muy cerca.
Paramos a descansar, los estandartes flameaban al viento. Marchábamos juntos, hermanos y amigos, Macr de Downham con su águila azul sobre verde que llegaron del este, mi hermano mayor, yo soy Eleanor de Eleanland mis colores son el águila dorada sobre el dorado; del norte llego Puksina de Nynfu con su flor de lis blanca sobre negro y del sudeste Targos su hermano menor desde Zero con su estandarte fe flor de lis blanca sobre negro también.
Habíamos ganado todas las batallas, nuestras bajas eran pocas gracias a los dioses que nos habían protegido y guiado, las ofrendas estaban hechas para que siguieran cubriéndonos y dándonos las victorias futuras. Estábamos regresando al castillo de mi amada Eleanland. Los espadachines limpiaban y afilaban sus espadas, los arqueros descansaban los arcos sobre los troncos de los árboles que nos protegían y mientras armaban y afilaban las puntas de sus flechas, los treant también nos habían acompañado y custodiado en la retaguardia.
La batalla había sido dura, entrecerré los ojos y por mi mente pasaron las imágenes de la misma. En medio del crepúsculo, la primera flecha pasó zumbando junto a la oreja izquierda y se escuchó el grito de ¡nos atacan! En cuestión de segundos los espadachines formaron un cerco de defensa y prepararon las espadas, los arqueros se perdieron en las ramas de los arboles prontos a presentar batalla, los treant se confundieron entre la espesura prestos y atentos a la pelea…un joven levantó el estandarte, en cuanto lo bajó se lanzaron a la carga, no eran pruebas de velocidad, sino de fuerza, solo quienes estaban en inmejorables condiciones podrían soportar el embate, me centre en el ataque sin perder cuidado en la defensa, hundiendo el acero en la carne del enemigo, persiguiendo y persistiendo decidido a no perder el combate…los hombres tenían la ropa desgarrada y llena de sangre, uno de ellos tenía una larga herida mellada en la mejilla, la mayoría estaba desharrapados y heridos, el ataque había terminado… siempre recordare sus voces, oiré sus risas, partí sin saber adónde iba. Las lágrimas me enturbiaban la vista, tanto que apenas distinguía el camino…volví al presente y mis ojos estaban húmedos revivir es tan duro como vivir.
Deje vagar la vista…la colina donde descansábamos caía abruptamente hacia un valle amplio y profundo, donde el ganado pastaba entre las cabañas, una ruta lo cruzaba y ascendía por el lado opuesto, en el límite una muralla alta y roja se proyectaba hacia el mar como un puño armado. Custodiaban la entrada dos altas torres de vigilancia.
Nunca sabré como se enteraron los habitantes de nuestra llegada, pero de pronto se abrieron todas las puertas y la gente corrió hacia nosotros con los brazos extendidos.
De pronto mire a mi alrededor y, por primera vez me supe libre. La aventura había terminado
Paramos a descansar, los estandartes flameaban al viento. Marchábamos juntos, hermanos y amigos, Macr de Downham con su águila azul sobre verde que llegaron del este, mi hermano mayor, yo soy Eleanor de Eleanland mis colores son el águila dorada sobre el dorado; del norte llego Puksina de Nynfu con su flor de lis blanca sobre negro y del sudeste Targos su hermano menor desde Zero con su estandarte fe flor de lis blanca sobre negro también.
Habíamos ganado todas las batallas, nuestras bajas eran pocas gracias a los dioses que nos habían protegido y guiado, las ofrendas estaban hechas para que siguieran cubriéndonos y dándonos las victorias futuras. Estábamos regresando al castillo de mi amada Eleanland. Los espadachines limpiaban y afilaban sus espadas, los arqueros descansaban los arcos sobre los troncos de los árboles que nos protegían y mientras armaban y afilaban las puntas de sus flechas, los treant también nos habían acompañado y custodiado en la retaguardia.
La batalla había sido dura, entrecerré los ojos y por mi mente pasaron las imágenes de la misma. En medio del crepúsculo, la primera flecha pasó zumbando junto a la oreja izquierda y se escuchó el grito de ¡nos atacan! En cuestión de segundos los espadachines formaron un cerco de defensa y prepararon las espadas, los arqueros se perdieron en las ramas de los arboles prontos a presentar batalla, los treant se confundieron entre la espesura prestos y atentos a la pelea…un joven levantó el estandarte, en cuanto lo bajó se lanzaron a la carga, no eran pruebas de velocidad, sino de fuerza, solo quienes estaban en inmejorables condiciones podrían soportar el embate, me centre en el ataque sin perder cuidado en la defensa, hundiendo el acero en la carne del enemigo, persiguiendo y persistiendo decidido a no perder el combate…los hombres tenían la ropa desgarrada y llena de sangre, uno de ellos tenía una larga herida mellada en la mejilla, la mayoría estaba desharrapados y heridos, el ataque había terminado… siempre recordare sus voces, oiré sus risas, partí sin saber adónde iba. Las lágrimas me enturbiaban la vista, tanto que apenas distinguía el camino…volví al presente y mis ojos estaban húmedos revivir es tan duro como vivir.
Deje vagar la vista…la colina donde descansábamos caía abruptamente hacia un valle amplio y profundo, donde el ganado pastaba entre las cabañas, una ruta lo cruzaba y ascendía por el lado opuesto, en el límite una muralla alta y roja se proyectaba hacia el mar como un puño armado. Custodiaban la entrada dos altas torres de vigilancia.
Nunca sabré como se enteraron los habitantes de nuestra llegada, pero de pronto se abrieron todas las puertas y la gente corrió hacia nosotros con los brazos extendidos.
De pronto mire a mi alrededor y, por primera vez me supe libre. La aventura había terminado
Hacía mucho calor.
Allí nos encontrábamos toda mi hermandad al completo, esperando agazapados el ataque del enemigo.
En el ambiente se respiraba tensión, pero a la vez tranquilidad... la tranquilidad de que cuando entrásemos en combate sabías que podías confiar en tus hermanos de armas.
Ellos cubrirían tu hombro, tu espalda, y a la vez ellos sabían que tú les cubrirías a ellos.
Un día antes habíamos hablado con los treant para que se nos unieran y nos dieron la espalda; también habíamos contactado con los golem y no desearon saber nada.... no quisieron entender que de aquella batalla también dependía su futura existencia.
De repente una lluvia de flechas inundó nuestras posiciones, pero los parapetos hicieron bien su trabajo mientras en la lejanía se escuchaban gritos.... gritos de odio hacia nosotros.
Y la tierra empezó a temblar.
Por los pequeños resquicios de nuestras defensas podíamos ver extensas hordas de babeantes cancerberos que se acercaban a toda velocidad hacia nosotros.
Eran su avanzadilla, su caballería pesada por llamarlos de alguna forma, cuya finalidad estaba clara: diezmarnos y entretenernos mientras el grueso de su ejercito se nos echaba encima.
A medida que se nos aproximaban iban dejando tras de si una nube de polvo inmensa, la cual no nos permitía ver con claridad cual era la magnitud de las tropas que marchaban a pasos forzados tras ellos.
En ese momento eché un vistazo a ambos lados, y pude ver a mis hermanos inmóviles, atentos, concentrados.... se diría que parecían estatuas, pero lo que realmente pasaba era que se estaban preparando para el momento de darlo todo, de defender la posición a toda costa, de vencer o morir.
Una pequeña brisa se empezó a levantar.
Venía bien para aliviar nuestra tensión, para refrescarnos, y ello sirvió también para que esa polvareda que levantaban nuestros oponentes se pudiera disipar lo suficiente como para poder ver lo que se nos venía encima.
Un ejercito colosal como nunca antes había visto ocupaba ya media llanura y se perdía por el horizonte dejando a la vista miles, quizás decenas de miles de guerreros con hacha que abrían el camino a multitud de paladines y sacerdotes.
Estaba claro.
Nuestros enemigos venían decididos a invadir las tierras de Elvenar y para ello habían enviado todas las tropas de las que disponían.
Sus ojos estaban inyectados en sangre, sus armas llevaban escritos nuestros nombres, y lo único que separaba nuestra tierra de su sed de exterminio éramos nosotros, que continuábamos inmóviles, esperando las órdenes de nuestro Archimago que a la vez era nuestro Gran General al cual todos admirábamos, respetábamos y obedecíamos ciegamente.
Ya casi teníamos a los cancerberos encima cuando volví la mirada hacia atrás, para observar quien sabe si por última vez las tierras donde me crié, donde crecí, donde aprendí a amar y a luchar, donde pude comprender que la hermandad era como una familia la cual siempre protegería hasta las últimas consecuencias a sus miembros y a todos los habitantes de nuestro inmenso y próspero país.
Tras unos instantes de gratos recuerdos, una voz truncó mis pensamientos y me hizo centrarme de nuevo en lo que realmente importaba: eliminar toda existencia de nuestros agresores.
Esa voz era la de nuestro Archimago que al grito de -"¡Atentos!"- nos recordaba que esos perros del diablo estaban muy cerca y que debíamos acabar con ellos lo antes posible.
En ese preciso instante, pude notar que todos los hermanos tensamos la musculatura al mismo tiempo que blandíamos nuestras espadas en disposición de rechazar la amenaza.
Pasaron unos pocos segundos más... se me hicieron largos, casi interminables, y una nueva orden salió de la garganta de nuestro Gran General:
- A mi voz.... ¡Repeled!
Allí nos encontrábamos toda mi hermandad al completo, esperando agazapados el ataque del enemigo.
En el ambiente se respiraba tensión, pero a la vez tranquilidad... la tranquilidad de que cuando entrásemos en combate sabías que podías confiar en tus hermanos de armas.
Ellos cubrirían tu hombro, tu espalda, y a la vez ellos sabían que tú les cubrirías a ellos.
Un día antes habíamos hablado con los treant para que se nos unieran y nos dieron la espalda; también habíamos contactado con los golem y no desearon saber nada.... no quisieron entender que de aquella batalla también dependía su futura existencia.
De repente una lluvia de flechas inundó nuestras posiciones, pero los parapetos hicieron bien su trabajo mientras en la lejanía se escuchaban gritos.... gritos de odio hacia nosotros.
Y la tierra empezó a temblar.
Por los pequeños resquicios de nuestras defensas podíamos ver extensas hordas de babeantes cancerberos que se acercaban a toda velocidad hacia nosotros.
Eran su avanzadilla, su caballería pesada por llamarlos de alguna forma, cuya finalidad estaba clara: diezmarnos y entretenernos mientras el grueso de su ejercito se nos echaba encima.
A medida que se nos aproximaban iban dejando tras de si una nube de polvo inmensa, la cual no nos permitía ver con claridad cual era la magnitud de las tropas que marchaban a pasos forzados tras ellos.
En ese momento eché un vistazo a ambos lados, y pude ver a mis hermanos inmóviles, atentos, concentrados.... se diría que parecían estatuas, pero lo que realmente pasaba era que se estaban preparando para el momento de darlo todo, de defender la posición a toda costa, de vencer o morir.
Una pequeña brisa se empezó a levantar.
Venía bien para aliviar nuestra tensión, para refrescarnos, y ello sirvió también para que esa polvareda que levantaban nuestros oponentes se pudiera disipar lo suficiente como para poder ver lo que se nos venía encima.
Un ejercito colosal como nunca antes había visto ocupaba ya media llanura y se perdía por el horizonte dejando a la vista miles, quizás decenas de miles de guerreros con hacha que abrían el camino a multitud de paladines y sacerdotes.
Estaba claro.
Nuestros enemigos venían decididos a invadir las tierras de Elvenar y para ello habían enviado todas las tropas de las que disponían.
Sus ojos estaban inyectados en sangre, sus armas llevaban escritos nuestros nombres, y lo único que separaba nuestra tierra de su sed de exterminio éramos nosotros, que continuábamos inmóviles, esperando las órdenes de nuestro Archimago que a la vez era nuestro Gran General al cual todos admirábamos, respetábamos y obedecíamos ciegamente.
Ya casi teníamos a los cancerberos encima cuando volví la mirada hacia atrás, para observar quien sabe si por última vez las tierras donde me crié, donde crecí, donde aprendí a amar y a luchar, donde pude comprender que la hermandad era como una familia la cual siempre protegería hasta las últimas consecuencias a sus miembros y a todos los habitantes de nuestro inmenso y próspero país.
Tras unos instantes de gratos recuerdos, una voz truncó mis pensamientos y me hizo centrarme de nuevo en lo que realmente importaba: eliminar toda existencia de nuestros agresores.
Esa voz era la de nuestro Archimago que al grito de -"¡Atentos!"- nos recordaba que esos perros del diablo estaban muy cerca y que debíamos acabar con ellos lo antes posible.
En ese preciso instante, pude notar que todos los hermanos tensamos la musculatura al mismo tiempo que blandíamos nuestras espadas en disposición de rechazar la amenaza.
Pasaron unos pocos segundos más... se me hicieron largos, casi interminables, y una nueva orden salió de la garganta de nuestro Gran General:
- A mi voz.... ¡Repeled!
Después de siglos de paz, la guerra en la Tierra Media vuelve a enfrentar a los humanos. Nadie sabe cual ha sido el desencadenante real, pero el desconcierto es cada vez mayor.
Dawnham, en las Tierras de Avalon, territorio próspero de verdes colinas.
Valinor, en la Región de Sión, península que se adentra en el Mar del Sionés, famosa por sus naves rápidas y ligeras.
Lothagar, en la Región de los Altos Elfos, situada en las laderas de los Bosques de Loth.
Los que sobreviven huyen del campo de batalla lejos de lo que hasta hace poco consideraban sus hogares. Llegan a nuestras ciudades hambrientos, casi desnudos, y en sus delirios narran historias escalofriantes.
Niverlan, uno de los muchos recién llegados relata todavia exhausto su historia, común a la de cientos de habitantes de la Tierra Media que han dejado atrás la calidez y seguridad de sus hogares:
-La gran batalla se está desarrollando en la región más septentrional, donde el gran río Ther se une al Sión. Una noche un fuerte crepitar de llamas nos despierta. Todas nuestras naves estaban siendo devoradas por el fuego. Ni una sola se ha salvado, han quedado reducidas a cenizas.
Nuestro Señor, ciego de ira, declara entonces la guerra a los Señores de las Tierras de Avalon, y así un buen dia dejamos de ser simples ciudadanos para convertirnos en guerreros, asesinos, deshechos humanos.... Ya no importaba que aquellos contra los que estábamos luchando hubiesen sido días atrás amigos. En ese momento y en ese lugar, donde todo lo que nos rodeaba era muerte, todo lo demás no tenía cabida....
Desde lo alto de nuestros torreones, que hacía ya tiempo no tenían esa función defensiva, nuestros ballesteros, guerreros avezados, afinaban el tiro. Pero poco podían hacer al no estar lo suficientemente protegidos y terminaban cayendo derrotados y agotados.
Los caballeros de Avalon aparecían montados en sus perros de guerra. Eran rápidos, temibles y venían junto con los morteros, guerreros hábiles en el cuerpo a cuerpo, contra los que nuestros paladines poco o nada tenían que hacer.
La población, poco acostumbrada a luchar, blandía espadas que apenas pueden levantar por encima de sus cabezas, y los más jóvenes se atreven con el arco. Pero no son avezados guerreros, no conocen el arte de la guerra...
Ni tan siquiera yo he podido ayudar a mi señor. Tan solo soy un hombre de mar. Muchos somos los que hemos salido buscando ayuda. De las Tierras de los Altos Elfos han llegado arqueros, que no intervienen en la contienda. Tan solo están protegiendo los caminos que llevan a sus ciudades por si la situación se extendiese más allá. Necesitamos que vuestro Señor medie entre los nuestros. Precisamos de toda vuestra ayuda. Queremos recuperar nuestras vidas...
Pasarán muchos años antes de que todo vuelva a ser como hace unos meses, pero no podemos seguir muriendo y enfrentándonos unos contra otros....
Dawnham, en las Tierras de Avalon, territorio próspero de verdes colinas.
Valinor, en la Región de Sión, península que se adentra en el Mar del Sionés, famosa por sus naves rápidas y ligeras.
Lothagar, en la Región de los Altos Elfos, situada en las laderas de los Bosques de Loth.
Los que sobreviven huyen del campo de batalla lejos de lo que hasta hace poco consideraban sus hogares. Llegan a nuestras ciudades hambrientos, casi desnudos, y en sus delirios narran historias escalofriantes.
Niverlan, uno de los muchos recién llegados relata todavia exhausto su historia, común a la de cientos de habitantes de la Tierra Media que han dejado atrás la calidez y seguridad de sus hogares:
-La gran batalla se está desarrollando en la región más septentrional, donde el gran río Ther se une al Sión. Una noche un fuerte crepitar de llamas nos despierta. Todas nuestras naves estaban siendo devoradas por el fuego. Ni una sola se ha salvado, han quedado reducidas a cenizas.
Nuestro Señor, ciego de ira, declara entonces la guerra a los Señores de las Tierras de Avalon, y así un buen dia dejamos de ser simples ciudadanos para convertirnos en guerreros, asesinos, deshechos humanos.... Ya no importaba que aquellos contra los que estábamos luchando hubiesen sido días atrás amigos. En ese momento y en ese lugar, donde todo lo que nos rodeaba era muerte, todo lo demás no tenía cabida....
Desde lo alto de nuestros torreones, que hacía ya tiempo no tenían esa función defensiva, nuestros ballesteros, guerreros avezados, afinaban el tiro. Pero poco podían hacer al no estar lo suficientemente protegidos y terminaban cayendo derrotados y agotados.
Los caballeros de Avalon aparecían montados en sus perros de guerra. Eran rápidos, temibles y venían junto con los morteros, guerreros hábiles en el cuerpo a cuerpo, contra los que nuestros paladines poco o nada tenían que hacer.
La población, poco acostumbrada a luchar, blandía espadas que apenas pueden levantar por encima de sus cabezas, y los más jóvenes se atreven con el arco. Pero no son avezados guerreros, no conocen el arte de la guerra...
Ni tan siquiera yo he podido ayudar a mi señor. Tan solo soy un hombre de mar. Muchos somos los que hemos salido buscando ayuda. De las Tierras de los Altos Elfos han llegado arqueros, que no intervienen en la contienda. Tan solo están protegiendo los caminos que llevan a sus ciudades por si la situación se extendiese más allá. Necesitamos que vuestro Señor medie entre los nuestros. Precisamos de toda vuestra ayuda. Queremos recuperar nuestras vidas...
Pasarán muchos años antes de que todo vuelva a ser como hace unos meses, pero no podemos seguir muriendo y enfrentándonos unos contra otros....
Un nuevo día comienza, por las montañas aflora el sol sonriéndole a la mañana. No se siente frío, pero la impaciencia eriza mi piel. Un nuevo día y más que seguro una nueva batalla. Mi pelotón comienza a despertar, raudos comienzan sus labores matutinas, luego del desayuno nos aprestamos todos juntos a practicar nuestros movimientos de pelea, nunca se sabe que pueda pasar en el campo de batalla. Nuestros movimientos son lentos al principio, luego cogemos el ritmo. Como buenos arqueros jugamos a quien le da más cerca del blanco y apostamos una que otra botella de licor para la vuelta de nuestra batalla, incluso apostamos con los espadachines que seremos quienes matemos más enemigos este día. Todos sabemos que este podría ser el último día de nuestras vidas, así que ponemos atención en todos nuestros movimientos, nuestros sentidos alertas para no perder la vida en el campo de batalla y volver victoriosos a nuestro pueblo junto a nuestras familias. A medida que transcurren las horas nos aprestamos a partir, debemos ir a explorar nuevos lugares y quién sabe si deberemos enfundar nuestras armas. Se me hace un nudo en el estómago, por mi mente cruzan recuerdos felices junto a los que amo. Por ellos debo cuidar mis movimientos, por ellos mi puntería debe ser perfecta y debo mantenerme lo que más pueda con vida, hasta que se acabe la batalla y volvamos al calor de nuestros hogares. El día se oscurece, una nube gris cubre nuestras cabezas como indicando un mal augurio para la batalla que está próxima a comenzar. Un miedo que luego logro controlar cala profundo en mis huesos. Frente a nosotros podemos divisar las filas enemigas. Miro a mis compañeros de batalla, algunos muestran en su mirada más pavor del que puedo estar acostumbrado. Los Golem y Treant muestran confianza en su mirada y nos arengan con gritos para que tengamos fe en la victoria de esta batalla. La adrenalina comienza a subir por mis piernas, se queda en mi estómago y viaja raudo a mi mente. Mis manos sostienen mi arco como si este pesara menos que una pluma. Los espadachines van primero y vemos como el enemigo corre hacia ellos. La sangre comienza a brotar, tanto de nuestros compañeros como del enemigo. Es nuestro turno de atacar, ya mis sentidos se manejan solos, apuntamos y disparamos tan rápido como podemos, derribando a unos o más enemigos a la vez. Por nuestro lado pasan corriendo Treants y Golems, desatando un grito de euforia. En el candor de la batalla todo es confuso, veo como caen algunos de mis amigos, pero no puedo detenerme ayudarlos, solo puedo liberarlos de los enemigos que aun corren para rematarlos. De pronto un estruendo se escucha tras de nosotros y veo caer a muchos enemigos y otros comienzan a huir. Por fin han aparecido las hechiceras y nos han ayudado nuevamente a ganar otra batalla. La adrenalina poco a poco comienza a abandonar mi cuerpo y comienzo a darme cuenta de lo que sucede realmente a mi alrededor. Mientras el enemigo se retira, logro darme cuenta como muchos de mis compañeros yacen heridos por todo el campo de batalla, así como muchos han pasado a mejor vida. Ayudo a los heridos y luego a enterrar a nuestros muertos. Sentimientos encontrados se apoderan de mi corazón, no sé si estar contento porque sigo vivo o llorar la pena de nuestros amigos. Siento el dolor de sus familias caer en mis hombros. Como tomaran la noticas. Muchos de ellos eran padres, hijos, hermanos o esposos de gente conocida del pueblo. Como se puede mirar al regreso de nuestros hogares aquellas personas que pierden a un ser querido de una forma tan cruel como es un campo de batalla. Caminamos de regreso al campamento, con la esperanza de que al regresar nos indiquen que podemos volver a casa. Añoro el abrazo de mis hijos, el calor de los besos de mi esposa, la compañía desinteresada de mis padres, una buena velada con los amigos, sin necesidad de ver sangre entre mis manos, ni el peso de una muerte sobre mi corazón…
SENTIMIENTOS DE BATALLAS
¿Sabes tu lo que es enfrentar una batalla? Os contaré que soy Espadachín, cada vez que apoyo mis pies en un campo de batalla, se me eriza la piel, y mi corazón late mil veces por segundo.
Uno no sabe que es lo que va a suceder… y… ¿volveré a casa? ¿Volveremos todos, pocos o ninguno? Tal vez estos sean mis últimos momentos de vida, esto es lo primero que he pensado muchas veces…
Al llegar al campo de batalla con mis compañero Arqueros, Treants y Gólems observamos el entorno y nuestros contrincantes, de acuerdo a ellos nos distribuimos para luego atacar, aunque muchas veces, nos arrepentimos y nos rendimos a la lucha, porque vemos muchos obstáculos en medio, los cuales nos desilusionan sabiendo que no tenemos ninguna posibilidad de salir victoriosos, y esta lucha nos llevarían a obtener un resultado seguro de derrota. No hay nada más doloroso que perder la vida sin sentido.
Gran emoción nos da obtener victorias y mas aun si volvemos todos a casa, por eso nunca perdemos la esperanza, y seguimos y seguimos combatiendo y conquistando más y más provincias.
Muchos pensaran que corremos riesgos, y es mejor negociar que luchar. Pero es mejor intentarlo y fracasar que quedarte con la duda de no haberlo intentado.
Nosotros siempre estamos listos, y gustosos vamos al ataque, positivos, con mucho coraje, y llenos de fe; disfrutando de la adrenalina. Transitamos felices por la vida contando nuestras historias, acedotas de luchas y victorias…
Por eso, ¡No tengáis miedo! ¡No te des por vencido! Ten en cuenta que una batalla no es la guerra, y aquí podrás obtener una derrota en la batalla, pero la guerra siempre la ganas tu.
FIN
¿Sabes tu lo que es enfrentar una batalla? Os contaré que soy Espadachín, cada vez que apoyo mis pies en un campo de batalla, se me eriza la piel, y mi corazón late mil veces por segundo.
Uno no sabe que es lo que va a suceder… y… ¿volveré a casa? ¿Volveremos todos, pocos o ninguno? Tal vez estos sean mis últimos momentos de vida, esto es lo primero que he pensado muchas veces…
Al llegar al campo de batalla con mis compañero Arqueros, Treants y Gólems observamos el entorno y nuestros contrincantes, de acuerdo a ellos nos distribuimos para luego atacar, aunque muchas veces, nos arrepentimos y nos rendimos a la lucha, porque vemos muchos obstáculos en medio, los cuales nos desilusionan sabiendo que no tenemos ninguna posibilidad de salir victoriosos, y esta lucha nos llevarían a obtener un resultado seguro de derrota. No hay nada más doloroso que perder la vida sin sentido.
Gran emoción nos da obtener victorias y mas aun si volvemos todos a casa, por eso nunca perdemos la esperanza, y seguimos y seguimos combatiendo y conquistando más y más provincias.
Muchos pensaran que corremos riesgos, y es mejor negociar que luchar. Pero es mejor intentarlo y fracasar que quedarte con la duda de no haberlo intentado.
Nosotros siempre estamos listos, y gustosos vamos al ataque, positivos, con mucho coraje, y llenos de fe; disfrutando de la adrenalina. Transitamos felices por la vida contando nuestras historias, acedotas de luchas y victorias…
Por eso, ¡No tengáis miedo! ¡No te des por vencido! Ten en cuenta que una batalla no es la guerra, y aquí podrás obtener una derrota en la batalla, pero la guerra siempre la ganas tu.
FIN
Siempre me he considerado valiente; es necesario serlo para acercarte a un enemigo poderoso tanto como para clavarle una espada. Sin embargo, algunas veces, la debilidad surge del miedo y anula todo heroísmo.
Ese día, el viento corría entre las hojas de los árboles, produciendo un sonido siseante. Las hojas crujían bajo nuestros pies. Lo único que podía ver, entrecerrando los ojos, era una masa de árboles iluminada intensamente por el sol. Inquieto pensé que, cuando el bosque acabara, habríamos llegado a nuestro destino.
En un breve tiempo el camino comenzó a ensancharse, el bosque se hizo menos espeso y la luz del sol menos intensa. Hicimos un alto en el camino para descansar antes de librar la batalla, y aproveché para respirar hondo y calmar la inquietud que se estaba apoderando de mis músculos. Veía a los demás espadachines en círculo, gesticulando y hablando entre sí, pero yo no podía oír nada. La sangre corría, bombeando violentamente en mis oídos, impidiéndome oír nada más que un molesto zumbido. Acaricié la funda de mi espada, rugosa al tacto, como hago cada vez que los nervios me inutilizan, y, cuando el sargento dio la orden, seguí a mi pelotón hasta la explanada donde habríamos de luchar.
Aturdido, suspiré de alivio cuando al llegar al vasto terreno tan solo había una hechicera rodeada de árboles secos, que ladeó la cabeza cuando nos acercamos. Miré a nuestro sargento, que con la barbilla levantada, observaba a nuestro enemigo con fijeza. Los demás esperaban a que diese la orden, y después, todo acontecería muy rápido.
—Ahora.
En un mismo movimiento, todos los espadachines desenvainamos nuestras espadas, produciendo un ruido fuerte y metálico, y nos acercamos con rapidez a la hechicera. Vi como algunos cambiaban de dirección, evitando a la enemiga, pero no tuve tiempo de descubrir por qué: la hechicera me lanzó un ataque que me debilitó en extremo. Limpiándome el sudor de la frente con el dorso de la mano y soportando a duras penas el dolor, me acerqué a ella y aprovechando que mis compañeros la habían extenuado, de un solo movimiento hice que cayera muerta en el barro. Con la espada clavada en el suelo, apoyándome en el mango, miré a los lados, inquieto. Le di una patada al cetro de la hechicera, que había rodado en el suelo hasta mis pies. “¿Esto es todo?”, pensé. Y entonces escuché gritos, me volví y los vi.
Treants. Lo que al llegar a la explanada me habían parecido árboles resecos, eran treants. Y estaban acabando con todo mi pelotón. Paralizado por el miedo y exhausto, no me moví cuando uno de ellos se acercó a mí lentamente y me dio un zarpazo en el estómago. Ahogando un grito, miré hacia arriba, hacia sus nauseabundos ojos brillantes, y dio unos pasos hacia atrás. Vi a mi sargento en manos de uno de los treants, apelándome con la mirada. “¿Qué estás haciendo?”, parecía estar diciéndome. Continué andando hacia atrás, huyendo del treant, hasta que tropecé con unos arbustos y caí al suelo. Eché mano a mi funda para sacar la espada, pero recordé que la había dejado clavada en mitad de la explanada. Angustiado, me levanté del suelo y corrí, internándome en el bosque en el que había estado minutos antes.
La valentía, como decía, es susceptible de ser anulada por el miedo. Y, por supuesto, su ausencia tiene consecuencias gigantescas. Esa noche, resguardado de la humedad del bosque y del frío en el tronco hueco de un árbol, oí el mismo siseo del viento al correr entre las hojas. La culpabilidad por haber escapado del campo de batalla me destrozaba los nervios, pero peor era la incertidumbre; esperaba que mi sargento, así como los compañeros que quedaban en pie hubieran sobrevivido.
Cuando la culpa comenzó a disiparse, oí unos arbustos agitarse. Instantes después, dos luces brillantes se encendieron en la oscuridad.
Ese día, el viento corría entre las hojas de los árboles, produciendo un sonido siseante. Las hojas crujían bajo nuestros pies. Lo único que podía ver, entrecerrando los ojos, era una masa de árboles iluminada intensamente por el sol. Inquieto pensé que, cuando el bosque acabara, habríamos llegado a nuestro destino.
En un breve tiempo el camino comenzó a ensancharse, el bosque se hizo menos espeso y la luz del sol menos intensa. Hicimos un alto en el camino para descansar antes de librar la batalla, y aproveché para respirar hondo y calmar la inquietud que se estaba apoderando de mis músculos. Veía a los demás espadachines en círculo, gesticulando y hablando entre sí, pero yo no podía oír nada. La sangre corría, bombeando violentamente en mis oídos, impidiéndome oír nada más que un molesto zumbido. Acaricié la funda de mi espada, rugosa al tacto, como hago cada vez que los nervios me inutilizan, y, cuando el sargento dio la orden, seguí a mi pelotón hasta la explanada donde habríamos de luchar.
Aturdido, suspiré de alivio cuando al llegar al vasto terreno tan solo había una hechicera rodeada de árboles secos, que ladeó la cabeza cuando nos acercamos. Miré a nuestro sargento, que con la barbilla levantada, observaba a nuestro enemigo con fijeza. Los demás esperaban a que diese la orden, y después, todo acontecería muy rápido.
—Ahora.
En un mismo movimiento, todos los espadachines desenvainamos nuestras espadas, produciendo un ruido fuerte y metálico, y nos acercamos con rapidez a la hechicera. Vi como algunos cambiaban de dirección, evitando a la enemiga, pero no tuve tiempo de descubrir por qué: la hechicera me lanzó un ataque que me debilitó en extremo. Limpiándome el sudor de la frente con el dorso de la mano y soportando a duras penas el dolor, me acerqué a ella y aprovechando que mis compañeros la habían extenuado, de un solo movimiento hice que cayera muerta en el barro. Con la espada clavada en el suelo, apoyándome en el mango, miré a los lados, inquieto. Le di una patada al cetro de la hechicera, que había rodado en el suelo hasta mis pies. “¿Esto es todo?”, pensé. Y entonces escuché gritos, me volví y los vi.
Treants. Lo que al llegar a la explanada me habían parecido árboles resecos, eran treants. Y estaban acabando con todo mi pelotón. Paralizado por el miedo y exhausto, no me moví cuando uno de ellos se acercó a mí lentamente y me dio un zarpazo en el estómago. Ahogando un grito, miré hacia arriba, hacia sus nauseabundos ojos brillantes, y dio unos pasos hacia atrás. Vi a mi sargento en manos de uno de los treants, apelándome con la mirada. “¿Qué estás haciendo?”, parecía estar diciéndome. Continué andando hacia atrás, huyendo del treant, hasta que tropecé con unos arbustos y caí al suelo. Eché mano a mi funda para sacar la espada, pero recordé que la había dejado clavada en mitad de la explanada. Angustiado, me levanté del suelo y corrí, internándome en el bosque en el que había estado minutos antes.
La valentía, como decía, es susceptible de ser anulada por el miedo. Y, por supuesto, su ausencia tiene consecuencias gigantescas. Esa noche, resguardado de la humedad del bosque y del frío en el tronco hueco de un árbol, oí el mismo siseo del viento al correr entre las hojas. La culpabilidad por haber escapado del campo de batalla me destrozaba los nervios, pero peor era la incertidumbre; esperaba que mi sargento, así como los compañeros que quedaban en pie hubieran sobrevivido.
Cuando la culpa comenzó a disiparse, oí unos arbustos agitarse. Instantes después, dos luces brillantes se encendieron en la oscuridad.
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