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    el Equipo de Elvenar

LÉEME Votación: La aventura de mi pelotón

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DeletedUser6

¡Buenos días!

Os dejamos las historias de La aventura de mi pelotón para que podáis efectuar vuestro voto y elegir al 2º clasificado. Recordar que la votación es hasta el miércoles 27 de abril. Y que NO se permite revelar los autores.

Tres días ya y no atisbábamos la salida.
La negritud de la noche y los ruidos desconocidos nos mantenían alerta, miles de ojos nos acechaban pero nada ocurría, pareciera que esperaban nuestro desfallecimiento.
Lentamente avanzábamos por la ciénaga y nuestros golems se hundían en las aguas malolientes a cada paso y nuestras hechiceras preparaban pócimas para aliviar el desanimo de nuestras unidades de arqueros y espadachines, pero el desanimo podía mas que sus hechizos.
El pesimismo se estaba apoderando de nosotros y cuando estábamos a punto de desfallecer, a lo lejos, vimos acercarse a nuestros ojeadores.
Un rumor de voces acallaron los ruidos de la ciénaga
¿Traerán buenas noticias?
¿Saldremos por fin de esta pesadilla?
Nuestros ojeadores vanzaban raudos y a medida que se acercaban exhaustos, vimos reflejados en sus rostros una mezcla de excitación y miedo.
- ¡Señor, señor!, encontramos el camino hacia la morada del Gran Gudiun, mas antes deberemos enfrentarnos a miles de criaturas, algunas de ellas desconocidas para nosotros, que acampan en las inmediaciones del castillo.
-¿Criaturas desconocidas?, explicaros!!
Conminó nuestro Señor, sorprendido.
- Si, mi Señor, un gran ejercito rodea el castillo y unas criaturas aladas planean por doquier, pareciera que nos están esperando.
Nuestro Señor, después de meditar unos segundos, se giró hacia nosotros, su imagen se elevo sobre nuestras cabezas y su voz clara y segura se escuchó mas allá de la ciénaga y sus criaturas nocturnas.
-Mis fieles guerreros, tenemos una misión sublime, salvar del asedio al Gran Gudiun y a su hija la doncella Gudiona pero antes deberemos librar una gran batalla, el enemigo sabrá de que pasta estamos hechos, sabrá de nuestra garra, sabrá que no nos rendimos y comprobaran, finalmente, que nada ni nadie nos detendrá.
- Mis fieles guerreros, ¡¡ Marchemos hacia la Victoria!!, ¡¡Sangre, honor y muerte!!
Miles de gritos surgieron de nuestras gargantas, nuestros cinco sentidos se activaron, dejamos atrás nuestra desesperación y nos pusimos en marcha convencidos de nuestra victoria, muchos de nosotros podíamos morir, mas allí estaban nuestras hechiceras, sus artes nos revivirían una y otra vez.
El Gran Gudiun y su bella hija serian liberados de la garras del mal, ni criaturas aladas, ni grandes ejércitos podrían detenernos.

Antaño, los habitantes del páramo de ELVENAR convivían en harmonía. El afán de los pueblos por expandir su territorio y conquistar todas las provincias a su paso para apoderarse de tesoros y reliquias, desató una batalla campal entre Elfos y Humanos. Negociar no era una opción para ninguno de los bandos.
Nuestros espadachines no habían sido entrenados en el cuartel para luchar contra Cancerberos o Paladines.
Mientras su energía mística mermaba nuestras defensas, nuestras hechiceras proyectaban ataques mágicos contra los sacerdotes al objeto de reducir el mayor daño posible.
A medida que avanzábamos, la defensa de las provincias se hacía cada vez más férrea y nuestras tropas se debilitaban. Los nuevos reclutas procedentes de los cuarteles tardaban en llegar.
La respiración agónica de treants moribundos, junto al hedor nauseabundo de los cadáveres que yacían bajo el lodo, no impedía que la voluntad de los hábiles ingenieros y arquitectos medievales, convertidos en paladines con alabardas ensangrentadas, avanzase por los flancos. Sin duda, aquel lugar no era la naturaleza ansiada por los Elfos ni el territorio añorado por los Humanos para fundar una colonia medieval.
Después de más de cien años de incesantes batallas y de millones de vidas cobradas en épicas contiendas, los Elfos y Humanos firmaron una gran alianza. Surgieron las Hermandades, donde convivían juntos con diferentes culturas, colaborando y prestando ayuda vecinal. Se crearon lonjas para el intercambio de productos. La paz y prosperidad renació una vez más en ELVENAR.
Hoy en día, todavía existen algunas provincias donde Humanos y Elfos se enfrentan en aras de conquistar otras ciudades y expandir sus capitolios.

La batalla por las tres reliquias

Ocurrió durante el quinto transito lunar. Los exploradores nos habían hablado de un lejano mundo en donde los elixires surgían de entre las rocas. A pesar de que su pericia era cada vez mayor, les resultaba difícil el encontrar estas provincias recónditas.

¡Hay que entender cada pliegue de esta tierra para encontrar el camino!

Necesitábamos tres reliquias de elixir para multiplicar nuestra capacidad de producción, así que tuvimos que adentrarnos en suelo sagrado, en donde nigromantes, golems y treants nos cortaron el paso. Nuestros espadachines y arqueros estaban mermados por aquellas batallas que nos permitieron llegar hasta esta tierra. Nos habían proporcionado ingentes cantidades de mármol, pero andábamos escasos de cristal y seda, así que no pudimos negociar y nos aprestamos a la lucha mientras ellos se reponían.

¡El elixir es nuestra fuerza! Gritaron las hechiceras mientras nuestros treants se disponían en línea para protegerlas. Los golems se lanzaron a la batalla, pero las hechiceras, con valor y fuerza psíquica consiguieron debilitar al enemigo.

Sus treants intentaron bloquear a nuestros golems, pero el esfuerzo fue en vano. La rígida barrera que habían formado se diluyó ante la energía que desplegaban nuestras hechiceras y logramos abatirlos. Habíamos cumplido nuestro objetivo de tomar uno de los manantiales, pero necesitábamos dos reliquias más.

Nuestras fuerzas estaban exhaustas, así que fuimos a pedir refuerzos a la ciudad, pero la estrategia ya estaba clara. En cuanto las nuevas tropas fueron entrenadas, pudimos conquistar el resto de los manantiales de elixir y regresar a la ciudad con las tropas menguadas, pero victoriosas.

Mientras librábamos la batalla contra los nigromantes, nuestros espadachines y arqueros habían entrenado nuevos reclutas y ya se estaban disponiendo para conquistar nuevas tierras.

Tras estas batallas iniciamos el camino hacia las maravillas antiguas de los elfos. Nuestro sacrificio nos había hecho más sabios.

Avanzar, esquivar y atacar, cuando peleas no tienes nada más en mente solo debes seguir un orden específico y ah claro, evitar morir.

- Deja de estar en las nubes Jesk y concéntrate en la formación-

Se me olvidaba presentarme soy Jesk Royal y soy un Bárbaro con hacha y ese que hablo es mi mejor amigo Pike un Ballestero peleamos para los humanos queremos conquistar estas tierras para obtener riquezas, pero para eso tenemos que luchar, ya que no tenemos los recursos necesarios para poder negociar, y en estos momentos ustedes están en mi cabeza y podrán ver y sentir que es estar en una lucha, cuando suene el silbato iniciara el tormento, solo espero salir de aquí con vida y poder abrazar a mi hijo otra vez.


-Silbato-


Puedo con esto, primer turno están los ballesteros, suerte Pike, seguimos nosotros mi comandante Sacerdote da la señal para acercarnos al enemigo más cercano un Treant nivel 2 estamos con más ventaja los Ballesteros han acabado con un grupo de Magas, quedan pocos pero él una fracción de segundo puedo ver a Pike, me alegro porque no soy el único que quiere volver a ver a su familia.


Pasa el tiempo lentamente como burlándose de cada gota de sangre derramada y la muerte su fiel ayudante no se queda atrás, el arrasa con el que ve más conveniente de pronto siento una fuerza que me alza de mi lugar y me lanza lejos de mi formación conozco ese método esa fue la maga, al menos estoy fuera de la batalla aunque no estoy muerto, solo quiero permanecer aquí en lo seguro, no quiero, volver al cuartel, solo quiero, volver a probar la torta de chocolate de mi mujer, ver la cara embarrada de mi pequeña niña de chocolate, por tratar de devorar de un solo mordisco la tarta. De pronto veo la que me dejaría traumatizado de por vida la pelea desde la vista de un espectador, Ballesteros volando por la magia de las magas, sacerdotes intentando contrarrestar su magia para poderlos liberar, cerré mis ojos con fuerza espero que esto solo fuera un sueño pero no es así.


Después escucho de nuevo el silbato dando por terminada la batalla o la retirada, la verdad es que, en este momento me da igual, solo quiero aprovechar que me den por muerto, y darle un buen susto a mi mujer, veo a todos los elfos derrotados en el campo de batalla, y muchos de nosotros también pero hay sobrevivientes, y a lo lejos logro divisar a mi amigo me alegro que esté vivo, lo veo algo triste, creo que será por mi supuesta “muerte”, significa que ganamos, pero me pregunto, ¿Esto realmente es ganar?

Lyrcaelle la hechicera oteó el campo de batalla: Los ballesteros enemigos avanzaban posiciones tras los espadachines aliados que se batían en retirada.

- Mi señora -la maga Ghaena, la sacó de su ensimismamiento-. La trampa está lista, falta cerrar "la pinza".

- Perfecto -respondió Lyrcaelle-. Ordena a los soldados que den media vuelta y se preparen a cargar sobre los saeteros; los Treants de Throrrgal ya han alcanzado la entrada al valle y cerrarán el paso a sus caballeros.

La experta hechicera musitó unas palabras en un idioma desconocido y el aire crepitó cargado de magia. Su esbelta figura se elevó unos metros y desde las alturas, se dirigió a Ghaena con voz tronante y los ojos blancos, radiantes de luz dorada:

- Reúne a tus hermanas. Tenemos que minimizar las bajas: cada elfo vale más que miles de esos bárbaros. Además, la reliquia que guardan era propiedad de nuestro pueblo mucho antes de que el primero de sus vástagos levantara dos palmos sobre el terreno sagrado que pisan.

Dicho ésto su silueta parpadeó por un instante antes de desaparecer y reaparecer en la lejanía, justo sobre el pelotón de espadachines. Unos segundos después, Ghaena vió como la hechicera era flanqueada por las integrantes de su grupo y como entre todas conjuraban sus letanías arcanas sobre los ballesteros.

- Los ancestros hablan por tu boca y no podemos defraudarlos, Lyrcaelle -se dijo Ghaena para sí misma-. Hoy no, al menos.

Se aferró a su báculo, cerró los ojos e hizo su llamada a quienes tenían que oírla.
Cual tormenta eléctrica, sus compañeras en la batalla fueron apareciendo como relámpagos una tras otra. En un parpadeo tenía a más de treinta jóvenes pero talentosas aprendizas en torno suya.

Ghaena echó un vistazo a su aquelarre y luego señaló con un dedo adonde las necesitaban sin apartar la mirada de sus subordinadas.

- Damas, el destino nos reclama y nuestros antepasados nos observan; haced que se sientan orgullosos.

Sin mediar palabra el grupo de hechiceras se desvaneció de un súbito fogonazo, dejando tras de sí tan sólo un penetrante olor a ozono como único rastro de su paso por aquellas cumbres inaccesibles.

El aire olía a sangre y tierra. Los gritos de los heridos y moribundos se escuchaban aterradoramente cerca. ¿Era posible que hubiesen errado el conjuro para acabar apareciendo en medio de la refriega? Ghaena tenía que averiguarlo, lo antes posible...

Conmocionada todavía por los efectos del hechizo se giró para observar su entorno, justo para ver como se le venía encima una masa de músculos en forma de bárbaro con tatuajes rituales, dueño de un martillo rúnico casi tan grande como ella que amenazaba con aplastarla hasta hacerla desaparecer.

Cayó al suelo, no tenía tiempo de defenderse... pero tampoco le hizo falta; mientras permanecía paralizada esperando su fatal desenlace una sombra rauda se cruzó en su camino, saltó por encima del bárbaro y aterrizó a su espalda asestándole dos golpes fatales tan rápidos, que sus ojos de elfa apenas fueron capaces de apreciar.

El bárbaro permaneció erguido unos instantes, luego se desplomó de bruces, inerte.

Junto al cadáver enemigo se erguía un espigado espadachín portando dos espadas livianas pero afiladas como agujas manchadas de sangre enemiga. Enfundó sus armas y le tendió las manos para ayudarla a levantarse.

- Han llegado en el momento adecuado, mi señora -le dijo el soldado-. Todavía quedan algunos de esos cobardes escondidos tras las ruinas.

Ghaena aceptó su ayuda y se reincorporó. El elfo partió de vuelta al combate en cuanto se aseguró que ella estaba bien, sin tiempo siquiera para que pudiese agradecérselo.

La situación parecía estar bajo control, sus hermanas habían doblegado la voluntad de las tropas enemigas haciéndolas presa fácil de los habilidosos elfos combatientes.

"Tan sólo un poco más" se dijo.

Buscó a sus hermanas con la mirada y las encontró en avance hacia ella, escoltadas por soldados con la misma armadura azabache que el que la había rescatado hacía apenas unos segundos.

Ghaena se elevó en el aire rodeada de un aura de poder crepitante, se volvió hacia las tropas y señaló con su báculo las ruinas donde se resguardaba la resistencia enemiga.

- ¡Tan sólo un poco más!

Parapetados tras un montículo, esperamos la orden. Desde nuestro refugio se escuchan los pasos lentos y pesados de los treants, que caminan hacia el peligro confiando en su fuerza y en la corteza de árbol que es su piel para evitar el máximo tiempo posible el envite del enemigo. Los espadachines rápidos y agiles como el viento hacen sonar sus espadas al chocar acero contra acero y roca.

Una ronda de disparos contra el enemigo, esperando con el alma en vilo, que el enemigo no descubra donde nos escondemos; nosotros los arqueros somos débiles si nos atacan cuerpo a cuerpo, en mantenernos lo menos visibles posible consiste nuestra mejor defensa.

Ya es tarde y una bruja nos ha visto, manda sus hechizos contra nosotros. Nos paraliza y cuesta apuntar y disparar. Poco a poco nos vamos debilitando y vamos cayendo como moscas. Tiene toda su atención puesta en nosotros y no ve acercarse al espadachín que la golpea con su espada por detrás haciéndola caer.

Segundos después todo ha terminado, el último caballero cayó acorralado por dos treants.

Hemos quedado muy pocos, pero algunos aun sobrevivimos. Victoria, pero a un precio alto.

Día 8 de ésta intensa guerra

Seguimos descubriendo nuevos horizontes en tierras remotas. Hemos conquistado gran parte de ésta mina de Cristal. Las negociaciones se hacen cada vez más difíciles, perdimos muchos recursos y gran parte del batallón acaba de ser enterrado bajo las cenizas de ésta batalla feroz.

Los pocos que quedamos nos mantenemos unidos. Estamos marchando a la par y silenciosamente porque el camino está plagado de perros de batalla ocultos. Afortunadamente nuestros arqueros tienen buen ojo y una excelente puntería.

A medida que avanzamos la bruma se hace más pesada y se nos dificulta ver más allá de unos cuantos metros. Las hechiceras cubren la periferia y nos advierten telepáticamente sobre cualquier movimiento anormal, no obstante hemos perdido a varias de ellas.

Estoy muy cansado. El polvo mágico se acabó y no hay más medicina para alivianar el dolor de la herida de flecha que tengo en mi pierna. Los monstruos de la ciénaga huelen la sangre, lo que me convierte en blanco fácil. Debería limpiar mi herida, pero eso atrasaría al grupo o podrían acorralarnos, como sucedió en la Provincia de Acero.

<< Silencio>> Nos transmiten las hechiceras

Se escucha el sonar de las espadas y el aullido de los Treants convocándonos a atacar. Orcos, Nigromantes y Morteros por doquier. Tengo mucho miedo. Respiro hondo. Saco mi espada de la funda y corro con ella en alto pensando sólo en la victoria.

Si sobrevivo a ésta última batalla habremos ampliado nuestra amada Sproutville y llevaremos reliquias y conocimiento de tierras lejanas a los habitantes.
Si muero en combate, sólo pido un favor.... Trasladen mi cuerpo al Templo de los sabios, donde descansaré eternamente,

¡Por la Gloria!

Siempre tuve claro que no saldría de esta batalla.


Mi señor deseaba esa reliquia como si fuera la última de Elvenar y todos la anhelaran, nada conseguía apaciguar su codicia, apenas teníamos recursos y menos para la negociación, así que no nos quedó más opción que la lucha.

Solo esperaba que no nos dejara al sorteo de una lucha automática, otra vez no.


Apostados tras un puñado de juncos escucho de nuevo la vozenmicabeza


“tres hexágonos al noreste”


Obedezco como un títere de madera, los Treant somos lentos en el caminar, pero también nos cuesta pensar, nuestra naturaleza nos hace resistentes y muy longevos (no será mi caso), pero nuestros pensamientos fluyen como alquitrán sobre nieve.


Veo movimientos frente a nosotros, a mi derecha vislumbro una unidad de arqueros y unos ágiles espadachines, pero sólo son un tierno puñado de inexpertos aventureros, pobres muchachos. Sin embargo a mi izquierda dos compañías de Treants bien entrenados fijan sus penetrantes miradas en la lejanía intentando vislumbrar contra qué vamos a chocar, con ellos aún podemos tener esperanzas.


“tres hexágonos más al noreste”


la vozenmicabeza da de nuevo las instrucciones, mi batallón se desplaza inexorablemente hacia su destino, ahora si que puedo ver lo que se desliza sinuosamente en nuestra vanguardia, tres grupos de nigromantes mueven sus perversas maldiciones, cargan sus hechizos y mucho me temo que junto a los caballeros que los escoltan no van a darnos demasiada tregua.


Los nigromantes atacan el flanco derecho, los primeros setenta y dos arqueros son borrados de la faz del campo de batalla, una carga más y la otra compañía es un recuerdo borroso y olvidado.


“uno al norte y ataca”


Mi oportunidad! no debo dejarla pasar, concentro mi energía en asestar el golpe y que no dé oportunidad de revolverse al enemigo, pero tan solo acabamos con la mitad de ellos, su contragolpe nos deja con uno menos y nuestro turno se acaba. Con la proximidad se nos echa encima una horda de caballeros, el segundo escuadrón de treant sucumbe ante tres ataques poderosos, indescriptibles, inhumanos (al menos han podido con más de un tercio de los atacantes y un grupo completo de caballeros)


Los milagros no existen, pero la esperanza aún se alberga en nuestros leñosos corazones.


“ataque a los caballeros”


Esta vez el grupo es menor y mi ira hace que el ataque sea desproporcionado, un montón de chatarra se diluye junto a nuestras raíces movibles, aún no está todo perdido.


Los nigromantes sin ninguna baja se aprestan a luchar, veo el brillo de sus oscuros ojos ávidos de poder y crueldad, los tres descargan sus poderes contra el otro batallón, parece que quieren dejarnos para el final (sí, el final).


Un humo denso y amargo se adueña de la escena, sólo quedamos nosotros (sólo nosotros).


“atacad!”


Hay un grupo cercano, los nigromantes son débiles en el cuerpo a cuerpo, acabamos con los siete.
Ahora hay catorce que calman venganza…

El secreto de Elvenar

Durante años ésta fue una historia perdida, sepultada por las arenas del tiempo, las lejanas montañas y los ecos del lejano Elvenar, que tan solo algunos elegidos han albergado en su memoria, para transmitirla a aquellos dispuestos a saber, a comprender.

Terribles fueron los sucesos acaecidos aquel lejano día. De una parte un imperio que pretendía imponer el silencio y la opresión. A su mando el sacerdote Julime. En la parte contraria un ejército abanderado por la hechicera Deïdre, la única capaz de enfrentarse contra él. Una única premisa, no usar la magia hasta que el secreto eligiera vencedor.

Al despuntar el alba empezó a formarse una espesa bruma que envolvió el paisaje. Ninguno de los dos ejércitos ocultó su existencia. Los gritos de los espadachines y bárbaros con hacha se escuchaban en la lejanía, lo hacían para infundirse coraje y para sembrar el miedo en las tropas contrarias. Los ejércitos se separaban entre Elfos y Humanos, de una parte miles de trents y gólems; de otra los cancerberos se preparaban junto a los paladines que afilaban las espadas y preparaban los escudos.

En el campo de batalla el sacerdote y la hechicera consiguieron encontrarse en la distancia y se desafiaron con la mirada. Tras una orden los dos frentes empezaron a marchar, mientras la bruma se abría a su paso. Deïdre ordenó a los arqueros que preparan la primera ofensiva. Ante la amenaza, los paladines del imperio respondieron alzando sus escudos. Una lluvia de flechas cayó sobre ellos. Irremediablemente algunos compañeros cayeron en éste primer ataque. El sacerdote Julime dio la orden de cargar y sus cancerberos empezaron a correr hacia el enemigo. Otra andanada de flechas por parte de los fieles a Deïdre sesgó la vida de los contrincantes, pero los imperiales no pararon su ataque ni miraron a los caídos. Los trents de Deïdre se prepararon para el choque cuerpo a cuerpo. Se enzarzaron en combate, las hachas se cruzaban, las espadas entrechocaban. Los cuerpos de los combatientes fueron cayendo uno a uno.

La hechicera desenfundó su espada Dunïa y se abrió paso con su alce hacia el frente de la batalla, dejando atrás a sus espadachines y a sus gólems. Una única obsesión dominaba sus actos, buscar y guerrear contra el sacerdote Julime. Éste, al verla avanzar, espoleó a su corcel. Nunca se permitiría estar quieto mientras le buscaban. Los dos avanzaron el uno hacia el otro. El sacerdote se abalanzó sobre la hechicera con su sable Khael desenvainado. Deïdre paró el golpe con su acero y ambas espadas soltaron chispas. Volvió al ataque el sacerdote con una estocada que la hechicera paró con su coraza. Aprovechando el lance Deïdre alzó la punta de su arma que hirió de muerte al sacerdote. El ejército imperial cesó la lucha ante la caída de su líder. De ésta forma el secreto pasó a manos de la hechicera.

Pasaron los años y la hechicera conservaba aquel enigma el bien guarecido. Las celebraciones anuales para conmemorar la batalla eran famosas. La magia envolvía todos los lugares por donde pasaba Dreïde. Cada temporada acudía más gente, personas llegadas de todos los rincones a los que apenas conocía. Sucedió entonces el robo del manuscrito a manos de unos bandidos al servicio de nadie. De nuevo el secreto se encontraba perdido. Los fugitivos fueron perseguidos por todos los dominios conocidos e incluso más allá de sus fronteras. Dreïde lo buscó hasta el fin de sus días.

Nadie supo nunca dónde se hallaba el enigma. Fue pasando de país en país, de unas manos a otras manos. Se dice que el secreto siguió vagando por el mundo hasta que unos enanos lo encontraron y lo preservaron llevándolo hacia su portal, para luego hacérselo llegar a las hadas que esperan con ansia poder entregar el arcano a alguien que realmente lo merezca.

La gente empezó a contar la historia, que pasó de generación en generación. Hoy en día se conserva heredada en la memoria de Elvenar como un mito, una fábula, una creencia; como algo que nunca ocurrió. Pero ocurrió.

FIN

Anduvimos a buen paso todo el día, hasta bien entrada la noche. Por la noche cruzamos los montes, bajas montañas intercaladas con amplios valles. En cuanto los pasamos el aire pareció volverse, mucho más frio, el paisaje se volvió agreste. Estábamos cerca, muy cerca.

Paramos a descansar, los estandartes flameaban al viento. Marchábamos juntos, hermanos y amigos, Macr de Downham con su águila azul sobre verde que llegaron del este, mi hermano mayor, yo soy Eleanor de Eleanland mis colores son el águila dorada sobre el dorado; del norte llego Puksina de Nynfu con su flor de lis blanca sobre negro y del sudeste Targos su hermano menor desde Zero con su estandarte fe flor de lis blanca sobre negro también.

Habíamos ganado todas las batallas, nuestras bajas eran pocas gracias a los dioses que nos habían protegido y guiado, las ofrendas estaban hechas para que siguieran cubriéndonos y dándonos las victorias futuras. Estábamos regresando al castillo de mi amada Eleanland. Los espadachines limpiaban y afilaban sus espadas, los arqueros descansaban los arcos sobre los troncos de los árboles que nos protegían y mientras armaban y afilaban las puntas de sus flechas, los treant también nos habían acompañado y custodiado en la retaguardia.

La batalla había sido dura, entrecerré los ojos y por mi mente pasaron las imágenes de la misma. En medio del crepúsculo, la primera flecha pasó zumbando junto a la oreja izquierda y se escuchó el grito de ¡nos atacan! En cuestión de segundos los espadachines formaron un cerco de defensa y prepararon las espadas, los arqueros se perdieron en las ramas de los arboles prontos a presentar batalla, los treant se confundieron entre la espesura prestos y atentos a la pelea…un joven levantó el estandarte, en cuanto lo bajó se lanzaron a la carga, no eran pruebas de velocidad, sino de fuerza, solo quienes estaban en inmejorables condiciones podrían soportar el embate, me centre en el ataque sin perder cuidado en la defensa, hundiendo el acero en la carne del enemigo, persiguiendo y persistiendo decidido a no perder el combate…los hombres tenían la ropa desgarrada y llena de sangre, uno de ellos tenía una larga herida mellada en la mejilla, la mayoría estaba desharrapados y heridos, el ataque había terminado… siempre recordare sus voces, oiré sus risas, partí sin saber adónde iba. Las lágrimas me enturbiaban la vista, tanto que apenas distinguía el camino…volví al presente y mis ojos estaban húmedos revivir es tan duro como vivir.

Deje vagar la vista…la colina donde descansábamos caía abruptamente hacia un valle amplio y profundo, donde el ganado pastaba entre las cabañas, una ruta lo cruzaba y ascendía por el lado opuesto, en el límite una muralla alta y roja se proyectaba hacia el mar como un puño armado. Custodiaban la entrada dos altas torres de vigilancia.

Nunca sabré como se enteraron los habitantes de nuestra llegada, pero de pronto se abrieron todas las puertas y la gente corrió hacia nosotros con los brazos extendidos.

De pronto mire a mi alrededor y, por primera vez me supe libre. La aventura había terminado

Hacía mucho calor.
Allí nos encontrábamos toda mi hermandad al completo, esperando agazapados el ataque del enemigo.

En el ambiente se respiraba tensión, pero a la vez tranquilidad... la tranquilidad de que cuando entrásemos en combate sabías que podías confiar en tus hermanos de armas.
Ellos cubrirían tu hombro, tu espalda, y a la vez ellos sabían que tú les cubrirías a ellos.

Un día antes habíamos hablado con los treant para que se nos unieran y nos dieron la espalda; también habíamos contactado con los golem y no desearon saber nada.... no quisieron entender que de aquella batalla también dependía su futura existencia.

De repente una lluvia de flechas inundó nuestras posiciones, pero los parapetos hicieron bien su trabajo mientras en la lejanía se escuchaban gritos.... gritos de odio hacia nosotros.

Y la tierra empezó a temblar.
Por los pequeños resquicios de nuestras defensas podíamos ver extensas hordas de babeantes cancerberos que se acercaban a toda velocidad hacia nosotros.
Eran su avanzadilla, su caballería pesada por llamarlos de alguna forma, cuya finalidad estaba clara: diezmarnos y entretenernos mientras el grueso de su ejercito se nos echaba encima.

A medida que se nos aproximaban iban dejando tras de si una nube de polvo inmensa, la cual no nos permitía ver con claridad cual era la magnitud de las tropas que marchaban a pasos forzados tras ellos.

En ese momento eché un vistazo a ambos lados, y pude ver a mis hermanos inmóviles, atentos, concentrados.... se diría que parecían estatuas, pero lo que realmente pasaba era que se estaban preparando para el momento de darlo todo, de defender la posición a toda costa, de vencer o morir.

Una pequeña brisa se empezó a levantar.
Venía bien para aliviar nuestra tensión, para refrescarnos, y ello sirvió también para que esa polvareda que levantaban nuestros oponentes se pudiera disipar lo suficiente como para poder ver lo que se nos venía encima.
Un ejercito colosal como nunca antes había visto ocupaba ya media llanura y se perdía por el horizonte dejando a la vista miles, quizás decenas de miles de guerreros con hacha que abrían el camino a multitud de paladines y sacerdotes.

Estaba claro.
Nuestros enemigos venían decididos a invadir las tierras de Elvenar y para ello habían enviado todas las tropas de las que disponían.
Sus ojos estaban inyectados en sangre, sus armas llevaban escritos nuestros nombres, y lo único que separaba nuestra tierra de su sed de exterminio éramos nosotros, que continuábamos inmóviles, esperando las órdenes de nuestro Archimago que a la vez era nuestro Gran General al cual todos admirábamos, respetábamos y obedecíamos ciegamente.

Ya casi teníamos a los cancerberos encima cuando volví la mirada hacia atrás, para observar quien sabe si por última vez las tierras donde me crié, donde crecí, donde aprendí a amar y a luchar, donde pude comprender que la hermandad era como una familia la cual siempre protegería hasta las últimas consecuencias a sus miembros y a todos los habitantes de nuestro inmenso y próspero país.

Tras unos instantes de gratos recuerdos, una voz truncó mis pensamientos y me hizo centrarme de nuevo en lo que realmente importaba: eliminar toda existencia de nuestros agresores.
Esa voz era la de nuestro Archimago que al grito de -"¡Atentos!"- nos recordaba que esos perros del diablo estaban muy cerca y que debíamos acabar con ellos lo antes posible.
En ese preciso instante, pude notar que todos los hermanos tensamos la musculatura al mismo tiempo que blandíamos nuestras espadas en disposición de rechazar la amenaza.

Pasaron unos pocos segundos más... se me hicieron largos, casi interminables, y una nueva orden salió de la garganta de nuestro Gran General:
- A mi voz.... ¡Repeled!

Después de siglos de paz, la guerra en la Tierra Media vuelve a enfrentar a los humanos. Nadie sabe cual ha sido el desencadenante real, pero el desconcierto es cada vez mayor.
Dawnham, en las Tierras de Avalon, territorio próspero de verdes colinas.
Valinor, en la Región de Sión, península que se adentra en el Mar del Sionés, famosa por sus naves rápidas y ligeras.
Lothagar, en la Región de los Altos Elfos, situada en las laderas de los Bosques de Loth.

Los que sobreviven huyen del campo de batalla lejos de lo que hasta hace poco consideraban sus hogares. Llegan a nuestras ciudades hambrientos, casi desnudos, y en sus delirios narran historias escalofriantes.
Niverlan, uno de los muchos recién llegados relata todavia exhausto su historia, común a la de cientos de habitantes de la Tierra Media que han dejado atrás la calidez y seguridad de sus hogares:
-La gran batalla se está desarrollando en la región más septentrional, donde el gran río Ther se une al Sión. Una noche un fuerte crepitar de llamas nos despierta. Todas nuestras naves estaban siendo devoradas por el fuego. Ni una sola se ha salvado, han quedado reducidas a cenizas.
Nuestro Señor, ciego de ira, declara entonces la guerra a los Señores de las Tierras de Avalon, y así un buen dia dejamos de ser simples ciudadanos para convertirnos en guerreros, asesinos, deshechos humanos.... Ya no importaba que aquellos contra los que estábamos luchando hubiesen sido días atrás amigos. En ese momento y en ese lugar, donde todo lo que nos rodeaba era muerte, todo lo demás no tenía cabida....
Desde lo alto de nuestros torreones, que hacía ya tiempo no tenían esa función defensiva, nuestros ballesteros, guerreros avezados, afinaban el tiro. Pero poco podían hacer al no estar lo suficientemente protegidos y terminaban cayendo derrotados y agotados.
Los caballeros de Avalon aparecían montados en sus perros de guerra. Eran rápidos, temibles y venían junto con los morteros, guerreros hábiles en el cuerpo a cuerpo, contra los que nuestros paladines poco o nada tenían que hacer.
La población, poco acostumbrada a luchar, blandía espadas que apenas pueden levantar por encima de sus cabezas, y los más jóvenes se atreven con el arco. Pero no son avezados guerreros, no conocen el arte de la guerra...
Ni tan siquiera yo he podido ayudar a mi señor. Tan solo soy un hombre de mar. Muchos somos los que hemos salido buscando ayuda. De las Tierras de los Altos Elfos han llegado arqueros, que no intervienen en la contienda. Tan solo están protegiendo los caminos que llevan a sus ciudades por si la situación se extendiese más allá. Necesitamos que vuestro Señor medie entre los nuestros. Precisamos de toda vuestra ayuda. Queremos recuperar nuestras vidas...
Pasarán muchos años antes de que todo vuelva a ser como hace unos meses, pero no podemos seguir muriendo y enfrentándonos unos contra otros....

Un nuevo día comienza, por las montañas aflora el sol sonriéndole a la mañana. No se siente frío, pero la impaciencia eriza mi piel. Un nuevo día y más que seguro una nueva batalla. Mi pelotón comienza a despertar, raudos comienzan sus labores matutinas, luego del desayuno nos aprestamos todos juntos a practicar nuestros movimientos de pelea, nunca se sabe que pueda pasar en el campo de batalla. Nuestros movimientos son lentos al principio, luego cogemos el ritmo. Como buenos arqueros jugamos a quien le da más cerca del blanco y apostamos una que otra botella de licor para la vuelta de nuestra batalla, incluso apostamos con los espadachines que seremos quienes matemos más enemigos este día. Todos sabemos que este podría ser el último día de nuestras vidas, así que ponemos atención en todos nuestros movimientos, nuestros sentidos alertas para no perder la vida en el campo de batalla y volver victoriosos a nuestro pueblo junto a nuestras familias. A medida que transcurren las horas nos aprestamos a partir, debemos ir a explorar nuevos lugares y quién sabe si deberemos enfundar nuestras armas. Se me hace un nudo en el estómago, por mi mente cruzan recuerdos felices junto a los que amo. Por ellos debo cuidar mis movimientos, por ellos mi puntería debe ser perfecta y debo mantenerme lo que más pueda con vida, hasta que se acabe la batalla y volvamos al calor de nuestros hogares. El día se oscurece, una nube gris cubre nuestras cabezas como indicando un mal augurio para la batalla que está próxima a comenzar. Un miedo que luego logro controlar cala profundo en mis huesos. Frente a nosotros podemos divisar las filas enemigas. Miro a mis compañeros de batalla, algunos muestran en su mirada más pavor del que puedo estar acostumbrado. Los Golem y Treant muestran confianza en su mirada y nos arengan con gritos para que tengamos fe en la victoria de esta batalla. La adrenalina comienza a subir por mis piernas, se queda en mi estómago y viaja raudo a mi mente. Mis manos sostienen mi arco como si este pesara menos que una pluma. Los espadachines van primero y vemos como el enemigo corre hacia ellos. La sangre comienza a brotar, tanto de nuestros compañeros como del enemigo. Es nuestro turno de atacar, ya mis sentidos se manejan solos, apuntamos y disparamos tan rápido como podemos, derribando a unos o más enemigos a la vez. Por nuestro lado pasan corriendo Treants y Golems, desatando un grito de euforia. En el candor de la batalla todo es confuso, veo como caen algunos de mis amigos, pero no puedo detenerme ayudarlos, solo puedo liberarlos de los enemigos que aun corren para rematarlos. De pronto un estruendo se escucha tras de nosotros y veo caer a muchos enemigos y otros comienzan a huir. Por fin han aparecido las hechiceras y nos han ayudado nuevamente a ganar otra batalla. La adrenalina poco a poco comienza a abandonar mi cuerpo y comienzo a darme cuenta de lo que sucede realmente a mi alrededor. Mientras el enemigo se retira, logro darme cuenta como muchos de mis compañeros yacen heridos por todo el campo de batalla, así como muchos han pasado a mejor vida. Ayudo a los heridos y luego a enterrar a nuestros muertos. Sentimientos encontrados se apoderan de mi corazón, no sé si estar contento porque sigo vivo o llorar la pena de nuestros amigos. Siento el dolor de sus familias caer en mis hombros. Como tomaran la noticas. Muchos de ellos eran padres, hijos, hermanos o esposos de gente conocida del pueblo. Como se puede mirar al regreso de nuestros hogares aquellas personas que pierden a un ser querido de una forma tan cruel como es un campo de batalla. Caminamos de regreso al campamento, con la esperanza de que al regresar nos indiquen que podemos volver a casa. Añoro el abrazo de mis hijos, el calor de los besos de mi esposa, la compañía desinteresada de mis padres, una buena velada con los amigos, sin necesidad de ver sangre entre mis manos, ni el peso de una muerte sobre mi corazón…

SENTIMIENTOS DE BATALLAS


¿Sabes tu lo que es enfrentar una batalla? Os contaré que soy Espadachín, cada vez que apoyo mis pies en un campo de batalla, se me eriza la piel, y mi corazón late mil veces por segundo.

Uno no sabe que es lo que va a suceder… y… ¿volveré a casa? ¿Volveremos todos, pocos o ninguno? Tal vez estos sean mis últimos momentos de vida, esto es lo primero que he pensado muchas veces…

Al llegar al campo de batalla con mis compañero Arqueros, Treants y Gólems observamos el entorno y nuestros contrincantes, de acuerdo a ellos nos distribuimos para luego atacar, aunque muchas veces, nos arrepentimos y nos rendimos a la lucha, porque vemos muchos obstáculos en medio, los cuales nos desilusionan sabiendo que no tenemos ninguna posibilidad de salir victoriosos, y esta lucha nos llevarían a obtener un resultado seguro de derrota. No hay nada más doloroso que perder la vida sin sentido.

Gran emoción nos da obtener victorias y mas aun si volvemos todos a casa, por eso nunca perdemos la esperanza, y seguimos y seguimos combatiendo y conquistando más y más provincias.

Muchos pensaran que corremos riesgos, y es mejor negociar que luchar. Pero es mejor intentarlo y fracasar que quedarte con la duda de no haberlo intentado.

Nosotros siempre estamos listos, y gustosos vamos al ataque, positivos, con mucho coraje, y llenos de fe; disfrutando de la adrenalina. Transitamos felices por la vida contando nuestras historias, acedotas de luchas y victorias…

Por eso, ¡No tengáis miedo! ¡No te des por vencido! Ten en cuenta que una batalla no es la guerra, y aquí podrás obtener una derrota en la batalla, pero la guerra siempre la ganas tu.

FIN

Siempre me he considerado valiente; es necesario serlo para acercarte a un enemigo poderoso tanto como para clavarle una espada. Sin embargo, algunas veces, la debilidad surge del miedo y anula todo heroísmo.
Ese día, el viento corría entre las hojas de los árboles, produciendo un sonido siseante. Las hojas crujían bajo nuestros pies. Lo único que podía ver, entrecerrando los ojos, era una masa de árboles iluminada intensamente por el sol. Inquieto pensé que, cuando el bosque acabara, habríamos llegado a nuestro destino.

En un breve tiempo el camino comenzó a ensancharse, el bosque se hizo menos espeso y la luz del sol menos intensa. Hicimos un alto en el camino para descansar antes de librar la batalla, y aproveché para respirar hondo y calmar la inquietud que se estaba apoderando de mis músculos. Veía a los demás espadachines en círculo, gesticulando y hablando entre sí, pero yo no podía oír nada. La sangre corría, bombeando violentamente en mis oídos, impidiéndome oír nada más que un molesto zumbido. Acaricié la funda de mi espada, rugosa al tacto, como hago cada vez que los nervios me inutilizan, y, cuando el sargento dio la orden, seguí a mi pelotón hasta la explanada donde habríamos de luchar.
Aturdido, suspiré de alivio cuando al llegar al vasto terreno tan solo había una hechicera rodeada de árboles secos, que ladeó la cabeza cuando nos acercamos. Miré a nuestro sargento, que con la barbilla levantada, observaba a nuestro enemigo con fijeza. Los demás esperaban a que diese la orden, y después, todo acontecería muy rápido.

—Ahora.

En un mismo movimiento, todos los espadachines desenvainamos nuestras espadas, produciendo un ruido fuerte y metálico, y nos acercamos con rapidez a la hechicera. Vi como algunos cambiaban de dirección, evitando a la enemiga, pero no tuve tiempo de descubrir por qué: la hechicera me lanzó un ataque que me debilitó en extremo. Limpiándome el sudor de la frente con el dorso de la mano y soportando a duras penas el dolor, me acerqué a ella y aprovechando que mis compañeros la habían extenuado, de un solo movimiento hice que cayera muerta en el barro. Con la espada clavada en el suelo, apoyándome en el mango, miré a los lados, inquieto. Le di una patada al cetro de la hechicera, que había rodado en el suelo hasta mis pies. “¿Esto es todo?”, pensé. Y entonces escuché gritos, me volví y los vi.
Treants. Lo que al llegar a la explanada me habían parecido árboles resecos, eran treants. Y estaban acabando con todo mi pelotón. Paralizado por el miedo y exhausto, no me moví cuando uno de ellos se acercó a mí lentamente y me dio un zarpazo en el estómago. Ahogando un grito, miré hacia arriba, hacia sus nauseabundos ojos brillantes, y dio unos pasos hacia atrás. Vi a mi sargento en manos de uno de los treants, apelándome con la mirada. “¿Qué estás haciendo?”, parecía estar diciéndome. Continué andando hacia atrás, huyendo del treant, hasta que tropecé con unos arbustos y caí al suelo. Eché mano a mi funda para sacar la espada, pero recordé que la había dejado clavada en mitad de la explanada. Angustiado, me levanté del suelo y corrí, internándome en el bosque en el que había estado minutos antes.

La valentía, como decía, es susceptible de ser anulada por el miedo. Y, por supuesto, su ausencia tiene consecuencias gigantescas. Esa noche, resguardado de la humedad del bosque y del frío en el tronco hueco de un árbol, oí el mismo siseo del viento al correr entre las hojas. La culpabilidad por haber escapado del campo de batalla me destrozaba los nervios, pero peor era la incertidumbre; esperaba que mi sargento, así como los compañeros que quedaban en pie hubieran sobrevivido.
Cuando la culpa comenzó a disiparse, oí unos arbustos agitarse. Instantes después, dos luces brillantes se encendieron en la oscuridad.

... continua en el siguiente post ...
 

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HIJOS DE SILVERMOON


Desde mi escondite en lo alto de la loma puedo ver con claridad las fuerzas del señor de la guerra Archeus desplegándose por la campiña. Veo sus gólems y sus batallones de espadachines dispuestos para el combate. Al otro lado del valle están los ejércitos de Silvermoon. Al observar la figura que se alza a caballo al frente de las tropas de mi ciudad, mi pulso se acelera. Su penacho de plumas de fénix ondea al viento mientras arenga a sus guerreros.


Para las demás razas, los elfos somos los elegidos de los dioses. Lo que no saben es que para los míos no importa a qué dediques tu vida ni cuáles sean tus hazañas, vales tanto como largo sea tu apellido. Por eso, los parias sin padre como yo somos despreciados, condenados a malvivir en una ciudad que se esconde tras su orgullo y su vanidad.


Todo por culpa del cruel y déspota Rey Palasus. Nada había mas importante para él que recluirse en sus salones para oír alabanzas de necias lenguas lisonjeras. Su reinado nos hizo caer en una época de autocomplacencia y egolatría mientras nuestros enemigos asediaban nuestras fronteras. Su hija fue lo único bueno que nos dejó ese tirano.


Aladia y yo crecimos juntos, pero separados, parecidos pero diferentes. Su madre era reina, la mía una simple costurera. Ella creció en los salones del palacio, rodeada de cariño y de atención. Yo vivía en la oscuridad de los sótanos. Allí donde trabajan los que no deben verse, los que se ocupan de que las camas estén calientes y los suelos limpios. Mientras ella recibía las enseñanzas de los sabios más eruditos, yo aguantaba palizas y desprecio. Muy pronto los maestros vieron su potencial, igual que mis amos vieron el mío.


Me convertí en una sombra, en un asesino silencioso al servicio de mi ciudad. Notaba como aquel entrenamiento consumía pedazo a pedazo mi alma. Por eso cada día iba a verla. Me daba cuenta de la extraordinaria mujer en que se iba convirtiendo. Era justa, leal y honorable. Como si estuviera por encima de la hipocresía que rodeaba nuestra sociedad. Sentía que a su alrededor, el oro y la majestuosidad que yo siempre había aborrecido de todo aquel castillo cobraban sentido. Ella hacía que tuvieran sentido. Y eso bien valía mi alma.


El atronador sonido de las trompetas me devuelve a la realidad. Entonces contemplo cómo ambos ejércitos chocan con brutalidad. En medio del caos veo a los salvajes treants uniéndose a la batalla. Espoleados por el olor de la sangre, cargaron, haciendo trizas las filas de espadachines enemigos, rompiendo sus líneas y dejando el camino libre a nuestros guerreros. La batalla estaba decidida.


Miro hacia abajo y por fin veo al batallón de hechiceras que Archeus ha estado ocultando. Se están apostando en lo alto del risco para conjurar sus poderosas maldiciones contra nuestros treants, en un vano intento por evitar una derrota demoledora. Las estábamos esperando. A mi señal, mis hombres y yo salimos de las sombras y caemos sobre ellas como una manada de lobos. Mientras mi acero les arrebata el calor de sus ojos, sus labios esbozan una muda súplica. Pero es en vano, ni yo ni el resto de mi batallón de ejecutores nos inmutamos ni sentimos piedad.


Cuando las hechiceras yacen moribundas en el suelo, doy un paso hacia el risco y dejo que el viento me traiga los ecos de la batalla. Los restos del ejército enemigo se retiran, dejando a nuestro alcance la conquista de la provincia. Veo a Aladia alzar su espada en gesto de triunfo, y a sus soldados aclamándola con admiración y respeto. La observo satisfecho y orgulloso, mientras mi batallón de ejecutores celebra la victoria. No puedo evitar sonreír. Mientras ella dirige nuestro pueblo con la bondad y sabiduría de su madre, yo seré su mano ejecutora gracias a la crueldad y la brutalidad de nuestro padre.


No sabe que existo. Pero así es mejor. Si algún día he de morir, que sea con su nombre en mis labios.


Por mi hermana Aladia...

Mi nombre es Urikin, hoy voy a morir. Ayer acabó nuestro entrenamiento, esta mañana, nuestro capitán nos gritaba eufórico que este pelotón de barbaros con hacha pasaría a la historia de nuestra ciudad, ahora, mientras el sol se pone, la muerte avanza lentamente hacia nosotros. Puedo ver el miedo dibujado en las caras de mis compañeros, puedo oler el de mis compañeros que protegen nuestro flanco derecho, hasta mi llega incluso el de los cientos de ballesteros que forman en nuestra retaguardia. En el cuartel nos han entrenado para muchas cosas, pero no para esperar. Entra las cabezas de mis compañeros puedo ver movimiento entre los árboles, incluso desde la cima de la pequeña colina donde estamos tendremos que levantar la mirada para mirarles a los ojos. Intento contarlos, pero es imposible, sus cabezas se confunden con las copas de los arboles que rodea el pantano de Kalos. Veníamos en busca de un poderoso artefacto mágico que nuestra ciudad necesita para seguir prosperando y que nuestros magos habían localizado en el pantano apenas a unos kilómetros de la ciudad, nuestra primera misión, fácil, un paseo por el campo había dicho el capitán.

Todo se estropeo cuando con la caída del sol, ensangrentado y moribundo uno de los exploradores volvió regresó balbuceando una historia sobre unos monstruos de las ciénagas de metros de altura y brazos como troncos de robles. No sé que podía haberle causado las heridas, pero desde luego no sería un monstruo así, menos tan cerca de la ciudad como estábamos, sin duda la cercanía de la muerte ha nublado su mente decía nuestro sacerdote. Pero todo cambió cuando el cuerpo de otro explorador paso volando por encima de nuestras cabezas, ni aunque hubiera una catapulta escondida entre los arboles hubiera podido lanzarlo tan lejos.



Debo concentrarme en la batalla pensé, pero por mi cabeza no dejan de pasar las imágenes de las últimas horas. Ni siquiera sé cómo hemos llegado a formar, un tenue recuerdo de gritos, carreras, más gritos y por encima de todo, este maldito olor a miedo.



Algo se mueve, algo enorme, cierro los ojos, noto el suelo temblar bajo mis pies, cuando los abro varios de esos seres de pesadilla han aparecido ya entre los árboles y avanzan hacia nosotros. Puedo notar la humedad entre mis piernas, pero no importa, no quedará nadie con vida para humillarme. Chasquidos, una nube de saetas pasa por encima de mi cabeza, un instante después golpean con fuerza a los monstruos. Los rugidos de dolor golpean mis oídos como arietes, pero los monstruos siguen avanzando mientras un líquido verde mancha el suelo que van dejando atrás. Mas saetas, dos de ellos se derrumban haciendo temblar el suelo bajo mis pies.



Pueden morir, pueden morir me repito mientras corremos hacia ellos. Ni siquiera he escuchado la orden, no hace falta, para esto nos han entrenado. Un brazo barre nuestra primera línea, los cuerpos destrozados de mis compañeros vuelan en todas direcciones, algunos se quedan paralizados por el miedo, la mayoría seguimos corriendo, si hay que morir, que sea rápido pienso. Veo el brazo del monstruo bajar de nuevo, mi cuerpo se pone en tensión instintivamente para recibir el impacto, cruzo mi arma enfrente, por lo menos moriré haciéndole algo de daño. Cuando está a punto de golpearme, el brazo me pasa por encima, levanto la mirada y veo al monstruo tambalearse. Una mirada a mi izquierda me permite ver a nuestros ballesteros cargando de nuevo. Ellos también se han acercado a la batalla para tener un disparo limpio¡¡¡.

Corro de nuevo, por fin puedo usar mi arma, golpeo con todas mis fuerzas mientras salto de un lado para otro para que su pierna no me golpee a mí. Ya somos varios los que le asestamos golpes sin cuartel, se que está rugiendo de dolor, pero ya no puedo escuchar nada. Se derrumba, está muerto, seguro, pero seguimos golpeando hasta que no quedan fuerzas en nuestros brazos. Levanto la mirada y veo la misma escena allá donde el resto de monstruos han caído. Hemos ganado, la reliquia será nuestra, nuestra ciudad predominará en Arendyll, levantamos las hachas, esta vez rugimos nosotros.

UN DIA MÁS

Podía sentirlo, tan palpable como el barro que ensuciaba sus botas o la lluvia que la empapaba de píes a cabeza. El miedo del orco que tenía delante era tan real como todo eso y más. Pero eso no la detuvo. No sentía compasión por él ni por ninguno de su especie, así que terminó con él y siguió adelante, avanzando.

“Sigue adelante y no te detengas”, se repetía una y otra vez tras cada enemigo abatido. Era muy consciente de la intensidad de la batalla que la rodeaba. El ruido de los aceros de las espadachinas al chocar contra las hachas orcas; el silbido de las flechas de los arqueros cruzando el aire en dirección al enemigo; el sonido de los cuerpos orcos siendo golpeados por los brazos leñosos de los enormes treants; las sacudidas del suelo al sentir este los impactos de las enormes rocas lanzadas por los golems, aplastando todo aquello lo suficientemente éstupido como para no apartarse; y también el crepitar de los proyectiles mágicos producidos por las hechiceras, que quemaban todo lo que tocaban.

Pero a pesar de todo eso, ella siguió avanzando; esquivando o matando, daba lo mismo. La batalla no la impresionaba en absoluto; no era la primera en la que estaba y tampoco sería la última. Es más, para ella era su entorno natural, un lugar donde se sentía verdaderamente libre, donde podía usar sus habilidades sin restricciones.

Su dominio de la espada era tal que podía acabar con sus adversarios antes de que estos siquiera llegaran a moverse. Muy pocos, menos que dedos hay en una mano, eran capaces de aguantar cierto tiempo contra ella. Por desgracia para los orcos, ninguno de esos combatientes formaba parte de sus filas, así que la elfa siguió avanzando sin inmutarse.

“Busca a tu presa, no debe estar muy lejos”, se dijo mientras sus ojos escudriñaban el campo de batalla y sus hojas cortaban orcos y perros de guerra por igual. Entonces lo vio. A un centenar de metros de donde se hallaba. “Ahí estás. Te econtré.” A continuación cerró los ojos, envainó sus espadas y se concentró. Un orco, viéndola en esta situación y creyéndola desprotegida, la atacó. Pero su hacha no encontró carne, sólo aire. Ella ya no estaba allí, sino a varios metros de distancia. “Tienes suerte, orco, de que mi objetivo sea otro. Sino ya estarías muerto”, pensó ella mientras corría veloz.

Tras escasos segundos alcanzó su destino y se detuvo. Allí, frente a sus ojos, se encontraba el puesto de mando del ejército de orcos. Y en su centro, rodeado de guardias, su presa: el comandante de los orcos, una criatura medio metro más alta que el resto de sus congéneres y con el cuerpo cubierto de cicatrices, vestigios de combates pretéritos. A ella, sin embargo, el tamaño del orco no la amedrentaba. Era simplemente su objetivo, así que daba igual.

La espadachina desenfundó sus dos espadas y corrió hacia su presa, pasando entre los guardias como un soplo de aire, hasta plantarse ante las mismísimas narices del jefe orco. Este, sorprendido en un primer momento, se recobró rápido, cogió su hacha y la atacó. Pero antes de que acabara el movimiento, la elfa ya estaba detrás de él, y con un rápido movimiento de sus espadas le cortó el cuello.

Ella miró como el cuerpo del orco se desplomaba, mientras la cabeza rodaba por el suelo hasta llegar a los pies de uno de los guardias, quienes habían asistido a toda la escena sin poder moverse. Mientras estos la miraban, se agachó y limpió sus hojas de sangre con la ropa del comandante muerto. Luego las enfundó y, antes de que los orcos pudieran reaccionar, desapareció de allí tan rápido como había llegado.

La elfa se alejó del lugar sin mirar atrás. Para ella todo eso sólo había sido un combate más, una misión más en su vida de soldado, y la había cumplido con éxito, como siempre.

“Ojalá algún dia mis habilidades no sean necesarias”. Y con esos pensamientos, Nalvia Acero Azul volvió al campo de batalla, dispuesta a luchar para vivir un dia más.

Y de nuevo, la más Alta Instancia de la tierra elfa de Elvenar a la que defiendo nos ha mandado al campo de batalla ¡Su Ilustrísima no nos da tiempo a recuperarnos de una batalla y ya nos está mandando a la siguiente! Aún recuerdo la de aquel fatídico día ¿Queréis saber qué ocurrió?

Allá íbamos mis compañeros y yo, nerviosos y asustados, a la par que emocionados, ante la proximidad de la batalla: El batallón de los Espadachines, entre los que se encontraba ella, mi amor platónico. El de los Arqueros, con sus mortíferas flechas recubiertas de brillante acero. Los Golems, con sus impresionantes cuerpos de roca. Las sabias hechiceras, con su gran magia. Y también nosotros, mis compañeros Treants y yo. Enfrente, tres batallones de Arqueros, dos de Ladronas y otros dos de grandes, feos y hostiles Monstruos de la Ciénaga.

Desde el principio vimos que aquello era una trampa mortal ¡El terreno no nos era propicio a los Treants, que somos fuertes como rocas pero lentos como caracoles! Mientras el resto de nuestros compañeros corrían a batirse en una lucha encarnizada con el temible enemigo, nosotros nos afanábamos en sortear innumerables obstáculos para acudir en su ayuda. Mientras nos acercábamos muy lentamente, los veíamos caer uno tras otro. Hasta que calló ella. Mi corazón se desgarró al unísono que el suyo, atravesado por una flecha enemiga ¡Tenía que llegar hasta ella! Por fin, nuestro batallón logró acercarse a la zona de combate, pero ya era demasiado tarde. Todos los demás batallones amigos se habían desmembrado, y el terreno estaba sembrado de compañeros heridos, malheridos o muertos. Y allí estaba ella. Recordé el día que la conocí y cómo, con una sola sonrisa, había conseguido atravesarme el corazón. Ahora era el suyo el que había sido atravesado, y de repente no fui capaz de moverme más. Mis ojos se llenaron de lágrimas. Me postré a su lado y le cogí la mano ¡Aún estaba caliente!

"Si Su Ilustrísima decidiera sacar la bandera blanca y la trasladáramos rápido a la enfermería, tal vez las hechiceras pudieran usar su magia ancestral para salvarla", pensé. Pero Su Ilustrísima no conoce la palabra rendición. Nunca vimos la ansiada bandera blanca, y los enemigos cargaban contra nosotros con todas sus fuerzas. Mi corazón, recién desgarrado, se llenó de furia ¡Esa afrenta no quedaría sin castigo! Vengaría la corta vida de aquella Espadachina que, sin ella saberlo, se había convertido en mi razón de vivir. Me levanté, grité al cielo y me dirigí hacia los enemigos que quedaban. Uniéndome a los tres únicos Treants que aún quedaban con vida, acorralamos y matamos a los Arqueros enemigos primero, nos enfrentamos y vencimos a las Ladronas después, y nos dirigimos, con paso lento pero seguro, hacia el único Monstruo de la Ciénaga que había quedado con vida. Este, al verse en franca inferioridad, trató de emprender la huida.

No lo logró. Aunque ya sólo quedábamos en pie otro Treant y yo, la rabia y la furia nos había dado fuerzas renovadas, y el Monstruo, que ya estaba herido cuando nos encaramos con él, terminó por caer. Y detrás caí yo, cubierto de una sangre que no supe si era mía, de mi enemigo o de mi adorado y recién perdido amor. Entre brumas, a punto de perder el conocimiento, creí ver cómo mi compañero cargaba conmigo para llevarme al cuartel.

¡Y allí desperté! Aunque busqué en la enfermería a mi Espadachina del alma, pronto un compañero me informó de que no se había podido hacer nada por salvar su vida. Ya no estaba entre nosotros. Y desde entonces vivo, o más bien malvivo,con el único objetivo de seguir luchando hasta que por fin, un día, algún enemigo me libere de este infierno y me ayude a reunirme con mi amor. Con mi querida, deseada y añorada Espadachina perdida.

Y aquí estoy nuevamente, frente a otro ejército enemigo. Esperando que, esta vez sí, la muerte se apiade de mí y me envuelva con sus brazos para hacerme desaparecer ¿Lo conseguiré?

¡¡Aiya, mi señor!!! las tropas están preparadas para la lucha y esperando tus órdenes.
Estas pocas palabras siempre me desagradan. Lo mismo que la absurda pérdida de vidas.
Era inevitable. Necesitábamos esa reliquia y también el libro que aportaría nuevos conocimientos, y cuanto antes comenzara la escabechina, antes podríamos regresar a nuestra humilde aldea.
Estudié atentamente el mapa desplegado ante mi repasando una vez más el número y habilidades de aquellos a quienes deberíamos vencer para conseguirla...

El tamaño del ejército enemigo era ligeramente superior al nuestro. Dos unidades de treants con 21 pelotones cada una; Gólems II, con 42 pelotones y 2 unidades más de Hechiceras compuesto por 63 pelotones por unidad.
Tras comprobar mis propias tropas decidí utilizar las mismas unidades contra las que tenía que medirme, agrupando un ejército compuesto por dos unidades con 19 pelotones de Treans II, una unidad de Gólems II con 38 pelotones y dos unidades de Hechiceras II de 57 pelotones cada una.
Así dispuesto, comienza la batalla ...
Avanza sin miedo mi primera unidad de Treans II, seguida por el avance de una unidad enemiga también de Treans. Mi segunda unidad de Treans II se posiciona junto a la primera formando una fuerte barrera a la vez que se convierten en el claro blanco del enemigo.
El primer golpe les favorece y va directo a por mis fuertes y valientes treans, mermando sus fuerzas. Sé que tendrán que soportar los ataques aún con pérdidas, y mientras, distribuyo el resto de mis tropas, gólems y hechiceras de forma que rodeen entre todos al enemigo a la vez que atacan con todas sus fuerzas.
Mis treans aguantan y atacan sin darse apenas un descanso y en apenas tres movimientos hemos conseguido matar una unidad completa de hechiceras. Mis gólems lanzan ataques devastadores y aunque también es atacada una mis unidades de hechiceras su fuerte generación II las hace bastante resistentes. La batalla es corta y eso me entusiasma. En el séptimo ataque todas las tropas enemigas han sido derrotadas, no sin enormes pérdidas que lamentar.
Una unidad completa de valientes treans a caído en combate, pagando caro tributo por aquello que vinimos a conquistar ... La reliquia conseguida y el preciado libro dan un toque de dulzor a la pérdida, pero ello no evita ese trago amargo que me dice una vez más que la lucha no es lo mío.

El corazón de un paladín.

Dicen que no tenemos corazón. Quizás sea de justicia no haber incluido semejante lastre a quienes hemos sido creados para matar. Si hubiese tenido padres normales, en estos terribles momentos podría esbozar una sonrisa al vislumbras el recuerdo de alguien que tuvo palabras cariñosas y tranquilizadoras en la noche previa al día que podría ser el principio de la noche eterna, pero solo soy un número perfectamente reemplazable, una enorme masa de músculo cubierta por una armadura de acero forjada a fuego y martillo. Esos son realmente mis padres. Y el frío cuartel mi hogar.
-“VOSOTROS, RAPIDO, COMPLETAR PELOTÓN”- Es la voz del general de los ejércitos que nos llama a la batalla. Parece que las negociaciones han fallado así que nuestra sangre y la de esos sucios orcos empapará de rojo tinte la tierra que los humanos, con sus limpias y afeminadas vestiduras, ansían conquistar. El resultado de su sin razón acabara en lo irracional.
- “VAMOS, AVANCEN Y ATENTOS”- Pesadamente nos vamos aproximando a ese hediondo destino. Y dicen que no tenemos corazón porque no sentimos lástima del enemigo y quizás no tengamos cerebro porque tampoco sentimos lástima de nosotros mismos, lógico de entender; ellos han sido creados de la tierra, el estiércol y las plantas putrefactas, nosotros de la envidia, la codicia y la traición. Somos tan iguales… Pero nosotros no tenemos corazón. Jamás nos oirán chillar como a esos apuestos arqueros cuando la hoja del lacerante metal atraviesa sus estómagos. Saben que no tienen nada que hacer frente a esas bestias monstruosas que pueden oler tanto su miedo como la suciedad en sus calzones. Un grave y seco golpe en el polvoriento suelo será el único sonido que delate nuestra fuga del mundo de los vivos al abismo de las pesadillas. Los barbaros no han hecho mella en sus defensas y ya han caído dos de los nuestros. Y ahora, a un paso del grito de “ATAQUEN” quiero pedir disculpas si no encontráis glamurosa la vida y muerde del insigne cuerpo de los paladines del reino de Elvenar. Mienten todos los libros de relatos donde orgullosos guerreros ríen, aman, rezan y alaban su destino. La guerra no es un arte. Las armas no son instrumentos de la paz. No muero porque Dios me haya abandonado, morimos porque no nos creemos merecedores de llevar en nuestro pecho, un limpio y sano corazón.

Lunlaber, el mejor arquero de la escuadra, se posicionó junto a un arbusto. Siempre era el primero en avistar a las patrullas enemigas en los terrenos escabrosos de las montañas. Con gran sigilo hizo su señal de alerta y el capitán de su escuadra inmovilizó el avance.

Sin un solo ruido le comunicó Lunlaber el número de tropas de asaltadores y su posición. Era el momento de tomar las decisiones y estrategias.

.- Nos separaremos en diferentes escuadras. Quiero a los arqueros detrás de los espadachines. Mis queridos Treants necesitan tiempo para alcanzar su línea de choque. Eso recae en nosotros, gente. Debemos recibir los primeros golpes para permitir al resto de la tropa que se disponga.

.- Para eso nos han entrenado, capitán. Esos bandidos no saben lo que se les viene encima.

Sin hacer casi ruido, se van desplegando las tropas. Los elfos son grandes emboscadores, ya que pueden moverse entre la maleza en completo sigilo.

.- Si al menos tuviera aunque solo fuera una escuadra de hechiceras...., pero esto es lo que hay.... A mi señal que avancen todos.- Transmite el capitán Lanlar a su subordinado. La orden pasa silenciosa de una escuadra a otra.

Sauce azul, capitán de la escuadra Treant, comienza su lento avance, los arqueros con Lunlaber a la cabeza, se van distribuyendo. El capitán Lanlar al centro de los espadachines élficos, avanza cautelosamente. A solo unos cientos de metros, el terreno se vuelve más arrido y en declive ligero hacia los bandoleros. Es tierra seca con pequeños guijarros, puede levantarse el polvo rápidamente. Lanlar detiene a su tropa, cualquier movimiento en falso puede alertar a la hueste enemiga. Es un momento decisivo, ¿qué hacer?, quedarse y esperar o lanzarse en un ataque sorpresa y esperar que el enemigo no se dé cuenta hasta que no sea demasiado tarde. Lanlar confiaba en su tropa, sabía que responderían adecuadamente. Se arriesgaría.

.- ¡Cargad!, ¡Todos en marcha, contra el enemigo! .- Y de esta forma, los elfos del Reino de Bradashian, se lanzaron contra las tropas enemigas. Estas, sorprendidas por el avance de los espadachines, no reaccionaron con suficiente rapidez. En un momento los elfos habían superado su primera fila de tropas y atacaban a los indefensos arqueros, que no podían rechazar el fiero ataque. Una nube de flechas élficas, dirigidas por los ojos avizores de las escuadra de Lunlaber, llegaron a los objetivos, diezmando a los bandoleros.

Parecía que la victoria no se haría de rogar, Lanlar mantenía una encarnizada lucha contra los guerreros bandidos, cuando una segunda hueste enemiga superó la colina tras ellos. Lanlar alcanzó a ver este avance y ordenó replegarse a sus tropas, pero los bandidos habían cerrado filas y le cortaban la retirada.

.- ¡Juntaros!, ¡Juntaros más!, No dejéis que abran huecos entre nosotros o estamos acabados.- Ordena el capitán. Solo les separaban unos metros de la nueva partida de bandidos. Tras ellos la fila de guerreros que se mantenía en pie, a pesar de la lluvia de flechas de Lunlaber y su gente.

.- ¿Dónde están Sauce Azul y sus Treants?- repetía como una letanía Lanlar para si mismo. Los Treant son lentos, necesitan tiempo para posicionarse y Lanlar lo sabía.

Solo unos metros, los bandidos iban a cargar en breve y su número era descorazonador. Los espadachines élficos se prepararon para la carga enemiga... una carga que nunca llegó. De los laterales de la avanzada de bandidos, se alzaron unos gritos lastimosos. Guerreros heridos o muertos, lanzaban alaridos de miedo, dolor y sorpresa. Los Treant habían llegado un poco antes que ellos y estaban posicionados de tal manera que crearon un pasillo por el que los incautos bandidos, avanzaron con los ojos puestos en la presa fácil de los espadachines del capitán Lanlar.

Todo acabó rápidamente. No hubo realmente resistencia contra los enormes y duros Treants. En poco tiempo un silencio profundo se apoderó de la vaguada donde se encontraban el ejército de Bradashian. Lanlar recogió de las manos del capitán enemigo muerto, una pequeña Reliquia.

.- Es hora de irnos, ya tenemos lo que habíamos venido a buscar. Hablemos con el Mercader de esta zona y volvamos a Bradashian. Seguramente no esperaremos demasiado para volver a enfrentarnos a estos enemigos. El mundo es muy pequeño y el Reino de Bradashian cada vez es más poderoso y necesita expandirse. Volvemos a casa.

CAPÍTULO FINAL

Invierno de 1011
El quince de Febrero llegamos a Lothagar trás una travesía despiadada de cinco días desde Rivendel, la noche era gélida y la nieve resplandecía en la oscuridad hasta casi iluminarla, pese al frío intenso allí había mucha paz, faltaban unas seis horas hasta el alba, hasta que nos adentraramos en el vasto páramo en el que nos esperaba la gloria o el fracaso, ambos serían extremadamente fervientes y sangrientos.
Montamos el campamento y en torno a un fuego, mis mejores guerreros, a la par que amigos, me hablaban de lo que muchas otras veces.
_Hemos vivido mil batallas y como siempre estámos dispuestos a matar o morir, sentimos que el honor y el valor son valores profundos, pero los hombres están cansados, más que eso, esta campaña dura ya tres años, hemos perdido más de doscientos hombres, deberíamos negociar las próximas provincias y volver a casa.
Telmo me clavaba los ojos mientras me hablaba, llevaba demasiado tiempo sin ver a su mujer e hijo y la presión que gran parte de sus hombres ejercía sobre él para abandonar la lucha y pagar por las reliquias que nos faltaban, hacía que su tono fuera severo, duro, Vandel, Leto y Bringell, también me miraban con dureza, asintiendo a las palabras de nuestro amigo.
_Está bien, esta es la última, os lo prometo, mañana regresamos a casa.
Cientos de cancerberos con rabia goteando de sus babas, roquizos, arqueros por doquier y morteros en la retaguardia, nos esperaban en el campo abierto de Quote, íbamos a acabar con todo aquello, por última vez, Telmo tenía razón, era hora de regresar, levanté mi alabarda y dirigí a mis hombres otra vez al infierno.
_Por el rey, por Endrien, por Elvenar ! Al ataque!
Y de nuevo se desató la locura de la guerra.
Había muerto, pero la mandibula me palpitaba freneticamente, algo que me pareció extraño, podía estar en el infierno, aunque dudaba que los tormentos que de éste se esperan, se redujeran a un dolor de quijada, por muy intenso que fuera, aunque por la misma razón, tampoco podía ser el cielo, nadie podría estar en el paraíso con semejante dolor, moví la mano y topé con una cabellera húmeda y desmadejada, me incorporé dolorosamente e intenté abrir los ojos, rasgando la capa de polvo y sangre que los lacraban, olía a humo de cañones, a sudor y al metal de la sangre.
Comencé a recordar de una forma vertiginosa y grité, no estaba muerto, pero si en el infierno, un arquero yacía sobre mis piernas y por su peso muerto las tenía dormidas, descansaba boca abajo, inerte, lo giré y ví su rostro, gris e impávido, mi alabarda clavada en el centro de su craneo, asqueado lo eche a un lado y me levanté con esfuerzo, mis ojos recorrieron el campo envuelto en muerte y niebla. Allí, sentado y apoyado sobre una gran piedra, estaba Vandel, mi amigo, mi hermano,me quemó la garganta cuando vi la flecha atravesándole el corazón, respiraba a tragos, pero sus ojos miraban tranquilos a las manos cerradas en su regazo, corrí hasta él
_ Vandel ! todo ha terminado hermano, lo hemos hecho de nuevo, ganamos amigo, volvemos a casa !
Levantó su mirada risueña hacia mí y abrió los puños bañados en sangre, y me ofreció la reliquia .
_Dile a tu padre, a mi rey, que esta fué mi última, la más dificil, la más hermosa, estoy muy cansado Talgar, cógela.
y extendiendo la mano con la reliquia cerró los ojos y su cabeza cayó a un lado.
Grité, rugí y lloré y acuné a mi mejor soldado hasta que llegó el atardecer.
Esa misma noche sin esperar al amanecer partimos hacia Vengandriel, donde tomaríamos el barco que nos llevaría al hogar.

Rápido arqueros al flanco izquierdo, espadachines al frente resistid la embestida de esas horripilantes criaturas bicéfalas. Había llegado el momento, reconozco que el frío sudor del miedo me impidió avanzar todo lo ágil que me hubiera gustado, pero la fuerza de la intensa luz de Arendyll me empujó con bravura. Liderando el pelotón de hechiceras me lancé por encima de la gran multitud de cadáveres orcos, los arqueros y golems abrieron un hueco entre sus filas, era mi turno, el momento que tanto había esperado, cerré los ojos y concentré toda la energía en la vara que mi gran maestre Thilian me había entregado el día que regresó herido de muerte de la guerra de los Titanes. De ella salió una fuerza que nunca había sentido y la imagen de Thilian en aquel suelo lleno de sangre se presentó ante mi, al abrir los ojos aquellos malditos humanos renegados cargados con esos cañones se retorcían entre enormes gritos de desesperación, les había negado toda gana por vivir. Apenas tuve tiempo de mirar a tras, uno de esos bravucones paladines oscuros se lanzó contra mi, aquella monstruosa lanza me alcanzó a la altura del hombro, me derribó y caí de bruces entre aquellos fétidos orcos muertos, su armadura estaba plagada de flechas clavadas en su pecho, de cada orificio abundante sangre caía empapando la cota de malla. Me sorprendió ver como la vida se aferraba en aquella criatura, debía ser una mágica armadura, una de esas atrocidades para impedir que la sagrada energía abandonara el cuerpo de aquella monstruosa criatura que siguió lanzando estocadas al aire incluso tras el tremendo golpe que recibió de un enorme treant. Aquel árbol regado con el agua pura de esencia natural de un estruendoso pisotón hizo desaparecer a aquel caballero. Aún conmocionada me alcé, sorprendida por la fiereza del treant y con la seguridad que me aportó eché la vista atrás, el pelotón de hechiceras que lideraba seguían trabadas en combate con un gran número de caballeros, nada quedaba de los arqueros y mucho menos de los espadachines. Lance el más potentes de los hechizos que conocía sobre los pocos caballeros restantes y no quedó ninguno en pié, los gritos agudos de mi pelotón llenaron el campo de batalla. Recuerdo más bien poco de lo que continúa, pero nunca olvidaré como aquel último treant, que me salvó de una muerte segura caía al suelo tras recibir un golpe directo de una cañonero que sin saber porque continuaba lanzando proyectiles refugiado tras un roquedo. La desesperación se apoderó de mí, no quedaba nadie de los que partimos de la ciudad de Sandar. La mitad de mi pelotón había caído a manos de las lanzas y los proyectiles de aquellos malditos bandidos, fue entonces cuando sentí en mi pierna derecha como si miles de agujas atravesaban mi piel, un cancerbero me mordió y me lanzó directa al suelo. Me golpeé la cabeza y todo se volvió rojo. En mi mente y a toda velocidad todos los recuerdos de la academia, las largas vigilias en el monasterio, los fuertes entrenamientos y los dolorosos recuerdos de todos aquellos compañeros que había perdido, todo para nada. No podía ser, no podía terminar de aquella manera, no podía permitirlo. Me concentré y nunca me había sentido tan viva, comprendí muchos de los secretos ocultos que durante semanas de meditación había buscado y no logré, sentí como su hubiera saltado al vacío, fue la primera vez que entendí porqué la vida es como es, para mi, todo tuvo sentido. De nuevo me alcé y sin abrir los ojos todo se me mostró, la desesperación del cañonero la escuchaba como si fuera mía, la furia de los cancerberos que se alimentaban de los cuerpos despedazados de mis compañeras, era también mía. Mi voluntad quiso arrancar las vidas a esos odiosos seres y así fue. Le arranqué la reliquia que venía buscando al líder de los caballeros y rodeada de soledad regresé a la ciudad, con una sola pregunta en mente ¿Por qué una reliquia merece el precio de tantas vidas?

LA RELIQUIA DE MÁRMOL ROJO (memorias de un espadachín)

Lo sé, soy carne de cañón. No sé si dejarme embriagar por la melancolía o gritar los versos de las canciones de antiguas glorias élficas, como el resto de mis compañeros.

El viaje es largo, largo y costoso. Que lento se hace el viajar con los Treant.

El aire es caliente y pesado. Cargado de aliento a hidromiel de 900 espadachines, de gritos, de suspiros y miedos ferozmente sellados. Desde afuera se mezcla otro olor que hace calentar aún más la sangre, una peste de cavernas, antiguas viviendas de orcos vencidos.

Ese olor, esa peste inaceptable me hace apretar los puños. Se agita mi ritmo.

Pienso en los cientos de perros de batalla, no son tantos para parar nuestra determinación de obtener la reliquia que guardan los orcos.

La blanca reliquia que al fin de la tarde estará cubierta de sangre, de oscura sangre de orco o de nuestra sangre élfica que no pierde el orgullo, aun sabiendo que somos carne de cañón.

Solo se permite un único voto por participante. Las multicuentas no han de votar y no se permite modificar el voto.

¡Suerte a todos!
El Equipo de Elvenar
 

DeletedUser68

Acabo de leer hasta el número 15, porque leerlos todos de una es tarea ardua. Hasta el momento he visto bastante originalidad, hay aventuras muy buenas. Lo único que me entristece es que únicamente he visto dos relatos sin faltas de ortografía o faltas que quizá no he notado, quién sabe. Me diréis que soy muy tiquismiquis o lo que os parezca pero vamos a ver, yo entiendo que se nos pueda pasar una tilde en una o dos palabras, una confusión entre "b" y "v", pero es que hay algunos que no han puesto ni puntuación y no hay por dónde pillarlos. Las faltas ortográficas, lo que me demuestran a mí, es el tiempo que le ha llevado a uno la revisión de su obra y el perfeccionamiento. Aaaah y los fallos a la hora de expresarse, la repetición masiva de una misma palabra... mmm... también.

Dicho esto, tengo tres favoritos y ahora en un rato continúo con el resto. Felicidades a todos y gracias poe vuestra participación, siempre me ha gustado leer cosillas :D.
 

DeletedUser68

En eso comparto tu opinión. Hay relatos cortos que dicen más que uno que tenga el triple de extensión, además, penetran más adentro, es un gustazo. No siempre cantidad implica calidad. Bueno, luego continúo con los que faltan que es que son muchísimos :D.
 

DeletedUser1108

Hay poca diferencia entre el número de escritores y el número de votantes, casi casi ganará el que más amigos foreros tenga. Que no significa que otros si voten a su lectura preferida. Venga anímense a votar
 

DeletedUser1246

Yo, como Marhalt, aparte de participar he votado al que más me ha gustado. En cualquier caso nunca hubiera votado el mío.....
 

peixino

Dríade
Se podía votar al propio?
No tengo amigos, estoy triste, muy, muy triste...., ni un solo voto.
Pero hay relatillos muy buenos y con la temática mas ajustada al tema pedido.
El que gane, ya sabe, necesito 100 diamantes y mi cuenta está abierta para posibles donaciones. :p
 
Estado
No está abierto para más respuestas.
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