Como felicitación navideña hemos escrito un Cuento, que os dedicamos. Ha sido creado colectivamente, cada uno ha aportado un trozo y luego los hemos cosido. Esperamos que el resultado del zurcido al menos os entretenga. Los autores de este desaguisado han sido Jasavir, Iskhander, Marvils, Txusita, Miya y Josema9, ellos son los merecedores de vuestras críticas.
ROMUALDO, EL CONEJITO FELIZ
Érase una vez…
...un conejo llamado Romualdo que vivía en un reino muy pequeño, tan al Norte, que sólo los más valientes entre los valientes (y los menos frioleros) se aventuraban a llegar. Era el reino de Naswin.
Para encontrarlo has de recorrer el sendero del humor que lleva directamente al castillo de Jasavir I, legendario guardián de dicho reino. Para cruzar este baluarte habrás de superar las tres pruebas letales... reírte tres veces a carcajadas de ti mismo. Más allá de este castillo fronterizo hay un interminable manto de nieve, cubierto de oscuras brumas y lleno de peligrosos pantanos. No conviene viajar por estos parajes sin un guía local, pues inevitablemente morirás, o lo que es aún peor, te perderás para siempre.
En un punto muy alejado de Naswin hay una pequeña granja, apenas a varios centenares de metros de la Villa de Gasteiz. Para encontrarla tienes que llegar al castillo del príncipe Godar, seguir por el sendero de las montañas, y una vez llegado a la Roca del Oso, girar a la izquierda y tomar otro sendero más pequeño que conduce al Bosque de Nime. Una advertencia, no se os ocurra ir a la derecha o podéis caer directos en las garras de Sispileta, una hada maléfica desterrada por Agranón, Rey y padre del príncipe Godar, a lo más profundo del bosque por cometer el más terrible… pero eso es otro cuento, vamos a centrarnos.
Hay que internarse en el bosque, siguiendo el cauce seco del Río Dormido, hasta la tercera intersección a la derecha. Luego dos cruces a la izquierda, un par de llanuras en línea recta, dos a la derecha otra vez, uno a la izquierda, y ya por allí preguntar si te encuentras a alguien.
Bueno, o eso o coger un taxi que te llevará directamente a la granja, aunque eso sí, si detecta que eres forastero, te dará antes un paseo por todo el reino. con lo cual con un poco de suerte hasta puedes llegar antes andando a la buenaventura.ç
En aquella pequeña granja tenía Romualdo su feliz y modesto hogar, dentro del Arce Hueco, con un arroyo de aguas cristalinas a poca distancia. Era su acogedora madriguera del clásico estilo norteño. F,orradas las paredes de arce con madera de roble y con todas las comodidades para pasar los largos inviernos; su chimenea, su silloncito, su gran estantería, su pipa, los cuadros familiares con las fotos de sus padres y sus cien hermanos, su piscina privada, su sauna, sus tres armarios empotrados, su despensa, su bodega, su televisor de 50 pulgadas; en definitiva el mínimo indispensable. El conejito se conformaba con poco.
Por las mañanas Nani, la hija pequeña de los granjeros, despierta a Romualdo y se lo llevaba a desayunar al salón de la casa. Ella dice que el conejito es su hermanito y que tiene que comer en la mesa, y le llena de besos y de mimos hasta que el celoso cuco sale de su reloj de pared para indicar que la niña debe marchar al colegio.
Entonces Romualdo se va a jugar con sus amigos. El gallo Kikiririkiki que es tartamudo y está día y noche dando la seis de la mañana (tarda tanto en cantarlo que se le amontonan los amaneceres). El pobre siempre está ronco y arrastra unas ojeras enormes.
La gallina Respondona, con un genio tan desabrido que se rumorea que es la madre del enanito gruñon. Nunca se la ha visto contenta, es capaz de sacarle un defecto a Dios.
El cerdito NoBale, de tres patas, inútil para todo lo que no sea comer, pero siempre satisfecho, dice o mejor gruñe, que sabe hacer lo que necesita.
El perro Invisible, a quien jamás se le ve levantar la cola. Huye hasta de su sombra y algunos dicen que no sabe ladrar porque jamás se le ha oído hacer tal cosa.
El canario Raro, bautizado así porque es de color negro y no sabe cantar, pero es muy gracioso.
El caballo DonYo, el más aristócrata de los animales de la granja, el preferido del amo y el que más curra arando.
Y el que no es amigo de nadie, el pavo real conocido como Don Pavón y no por su tamaño sino por ser arrogante, presumido, embustero, vago, egoísta, (… podéis añadir unos cuantos epítetos más, seguro que acertáis).
Así pasaban los días, tranquilamente, en una interminable sucesión de ortos y albas. Pero, poco a poco, las hierbas verdes se fueron agostando y el frío comenzó a apoderarse del paisaje tornándolo en blanco.
A kikiririkiki hubo que comprarle una bufanda porque andaba afónico pero ni aun así consiguió ponerse al día en sus cantos. Se decía que arrastraba un retraso de tres mil amaneceres, pero eso es algo que ni él sabía con exactitud.
omualdo andaba un poco deprimido porque en las últimas semanas Nani apenas le había hecho caso. La niña jugaba y reía, adornando la casa con bolas elvideñas, hierbajos de colores, luces y todo tipo de cosas extrañas. La granja estaba siendo disfrazada quién sabe con qué inicuas intenciones.
Y entonces llegó el fin. Sucedió una tarde cualquiera, cuando el frío comenzaba a encoger los corazones. Se vislumbraba la tragedia en aquellos fríos amaneceres.
DonYo llevaba ya unas cuantas semanas jubilado pues los amos no le hacían trabajar. En realidad nadie araba.
Y dijo la gallina:
- ¡Qué raro! Huele el ambiente a muerte.
- ¡Pobre conejito! Le respondió DonPavón, dando unas vueltas sobre sí mismo con una malvada carcajada.
Tanto escándalo armó que atrajo la atención de Romualdo.
- ¡Estás perdido, Romualdín! – dijo el pavo - ¡Vas a ser la cena de Navidad!
- Pero, ¡cómo!, si a mí me quieren mucho, si me dan de comer y todo.
- Te han estado engordando. Esta noche acabarás en la olla, entre una rica guarnición de arroz.
- ¡Hum, qué rico! Puede que tenga suerte y me inviten. Naturalmente que me invitarán, yo valgo mucho.
- ¿Y me comerías?
- Ya lo dice el refrán: “El muerto al hoyo y el pavo al bollo”. Por supuesto, tienes que saber hasta dulce y tengo que mantener mi línea
- ¡Ayyy, por eso me daba Nani tantas chuches! ¿Y qué puedo hacer?
- Escapar, vivimos en un miniuniverso que es esta granja, pero ahí fuera tienen que existir llanuras de color rojo llenas de zanahorias, ríos de leche y miel, montañas de azúcar y golosinas. Pero como nadie quiere moverse…
- ¡Oh, llanuras de zanahorias! Tengo que irme…
- Pero, ¿A dónde vas, mierdecilla, si no conoces el camino?
- Guiadme, don Pavón. Guiadme, por caridad.
- ¡Y una porra por caridad! Si os llevo quiero tu madriguera y todas tus pertenencias.
- ¡Sea!
Y así comenzó la más extraña de las aventuras, entre un conejo que nunca había visto el exterior y un pavo que tampoco. El débil sol apenas calentaba cuando los dos se traspasaron las vallas externas y se internaron en la niebla. Apenas si habían dado cuatro pasos cuando escucharon unos gemidos, se acercaron curiosamente y vieron a Nani llorando a moco tendido, sentada en el suelo.
- Me he perdido y no sé dónde está mi casa. Buaaaaa.
Rápidamente Romualdo se dirigió a ella para consolarla y ayudarla.
- Pero, ¡qué haces, cacho conejo! Si la ayudas revelará nuestra fuga y nos pillarán.
A pesar del enfado de Don Pavón, el conejito levantó a Nani y la orientó hacia la granja, acompañándola tan sólo unos metros porque realmente estaban muy cerca.
A su regreso, entre los gorgoteos del enojado pavo, siguieron su camino. Niebla tras niebla, sólo había niebla.
- Bueno, los campos de zanahoria están aquí mismo, a cien metros. He cumplido mi parte, y regreso antes de que me echen de menos, porque yo soy imprescindible. No cualquiera puede ser un pavo real y menos de mi categoría.
Ya se retornaba el pavo cuando chilló Romualdo:
- Rojo, veo rojo, estamos llegando.
Don Pavón se deslizó por la nieve usando sus patas como raquetas, dejándose empujar por el conejo:
- Empuja, empuja, que estoy muy cansado.
La niebla blanca se transformó en niebla negra y llegaron a los arrabales de la villa de Gasteiz. Alrededor de varios bidones se apiñaban algunos ancianos calentándose las manos.
Los alrededores eran grises y desoladores. Las paredes de las casas estaban huecas, arrancadas las maderas para alimentar las llamas, cubiertas por blancas estalactitas. Tampoco parecía haber mucha comida y algunos de los ancianos roían trozos de caucho de una desvencijada camioneta.
- ¡Vamos, continuemos nuestro camino!
- Pero tenemos que ayudarles.
- ¿Estás loco? Necesitamos la comida que llevamos, no podemos compartirla o moriremos.
Pero Romualdo no podía pasar de largo viendo tanta necesidad y se acercó a los ancianos entregándoles la poca comida que llevaba.
Tal gesto causó una algarabía y, entre sirenas y luces azules, los dos animales acabaron dentro de una furgoneta. Alguien les había reconocido y les llevaron de vuelta a la granja.
Encerraron a ambos en una oscura despensa. Por un ventanuco se asomaban por turno sus amigos dándole ánimo. DonYo intentó arrancar los barrotes, pero no era tan fuerte. En un ambiente triste, donde, a excepción de la gallina, todos lloraban, fueron pasando las horas y acercándose la noche.
En un momento dado los granjeros entraron y se llevaron a Don Pavón, que entre risas le espetó:
- Buena suerte, conejito de Pascua. Me llevan al comedor, allí te espero.
Se escuchaban ladridos y música procedentes del gran salón. Sonaba como un baile con hadas.
- Están ladrando!!! ¿Por qué en vez de bailar no vienen a ayudarme las hadas? NO QUIERO SER LA CENA, gritaba el pobre Romualdo.
Las lágrimas resbalaban por la carita de Romualdo, resignado a su triste destino, ¿…? Destino, destino, mmm… eso me recuerda, no la escucho bailando con los demás, ¿Dónde estará?
- Sííí, todavía tengo una oportunidad de salvarme, Nani me ayudará.
Y fue entonces, cuando la esperanza comenzaba a germinar, cuando el cruel destino hundió al conejito. La puerta de la despensa se abrió y apareció una sonriente Nani, acompañada de la cocinera que portaba una gran bandeja tapada por un objeto redondo.
- Vamos, conejito, a la mesa de la comida, dijo Nani.
Romualdo se resignó y mientras sus amigos, más allá del ventanuco le despedían tristemente, caminó todo el pasillo hasta el Gran Salón de Banquetes donde todos estaban ya sentados y con los cubiertos en la mano.
Un escalofrío recorrió su cuerpo cuando la cocinera, a la que llamaban BoladeNieve porque cualquier referencia al color de su oscura piel la molestaba, puso la bandeja tapada en el centro de la mesa. Los comensales se inclinaron hacia ella, ansioso, y Romualdo se subió en la mesa y caminó lentamente hacia la bandeja. No se puede luchar contra el destino.
- ¿A dónde vas, conejo, tanta hambre tienes? Espera tu turno, dijo el granjero mientras levantaba el cuenco que tapaba la gran bandeja.
Y ante los alucinados ojos de un asombrado conejo surgió la figura de un pavo de Navidad, Don Pavón con dos manzanas, una en la boca, la otra no.
Porque, como todo el mundo sabe, la comida tradicional en Navidad es el pavo.
Y comieron perdices de primero y pavo de segundo. Y colorín, colorado este cuento se ha acabado.
Moraleja:
“No por mucho presumir llegarás más lejos”.